Recuerdo que mi hija, siempre que me ve encender un cigarrillo, me pregunta: “papá, ¿por qué quieres ser escritor?, ¿para qué escribes? Yo nunca quisiera ser escritora porque no quisiera estar todo el día escribiendo, o tener que desvelarme escribiendo”. Sí, mi hija tiene once años y ama las matemáticas, tal vez por eso decidió no ser escritora, pero si quisiera explicarle por qué soy escritor, tal vez Bukowski sea el mejor en explicarlo.

Maestro Bukowski, quiero ser escritor, que significa eso, le pregunto cada noche, por lo que él me dice: “Si no te sale ardiendo de dentro, a pesar de todo, no lo hagas. A no ser que salga espontáneamente de tu corazón y de tu mente y de tu boca y de tus tripas, no lo hagas”.  Pero soy un maldito oficinista público, estoy sentado medio día trabajando en algo que no estoy convencido, tu sabes el dinero, siempre el maldito dinero, por lo que él me dice: “Si tienes que sentarte durante horas con la mirada fija en la pantalla del ordenador ó clavado en tu máquina de escribir buscando las palabras, no lo hagas. Si lo haces por dinero o fama, no lo hagas. Si lo haces porque quieres mujeres en tu cama, no lo hagas. Si tienes que sentarte y reescribirlo una y otra vez, no lo hagas. Si te cansa sólo pensar en hacerlo, no lo hagas. Si estás intentando escribir como cualquier otro, olvídalo”. Pero a veces maestro, no sé qué escribir, me siento vacío, que tengo  que hacer, y él dice: “Si tienes que esperar a que salga rugiendo de ti, espera pacientemente. Si nunca sale rugiendo de ti, haz otra cosa”. Pero qué hacer cuando termino por el día leyendo sin haber escrito ni una sola línea, entonces Jorge Luis Borges interviene desde su viejo sillón: “que otros se jacten de las páginas que han escrito; tu enorgullécete de lo que has leído”, pero Bukowski responde: “No seas como tantos escritores, no seas como tantos miles de personas que se llaman a sí mismos escritores, no seas soso y aburrido y pretencioso, no te consumas en tu amor propio. Las bibliotecas del mundo bostezan hasta dormirse con esa gente. No seas uno de ellos. No lo hagas. A no ser que salga de tu alma como un cohete, a no ser que quedarte quieto pudiera llevarte a la locura, al suicidio o al asesinato, no lo hagas. A no ser que el sol dentro de ti esté quemando tus tripas, no lo hagas. Cuando sea verdaderamente el momento, y si has sido elegido, sucederá por sí solo y seguirá sucediendo hasta que mueras ó hasta que muera en ti. No hay otro camino. Y nunca lo hubo”.  Y con el descontento de mi conformismo, antes de echarme a dormir, Mario también interviene, y me dice: “nadie que esté satisfecho es capaz de escribir, nadie que esté de acuerdo, reconciliado con la realidad, cometerá el ambicioso desatino de inventar realidades verbales. La vocación literaria nace del desacuerdo de un hombre con el mundo, de la intuición de deficiencias, vacíos y escorias a su alrededor. La literatura es una forma de insurrección permanente y ella no admite las camisas de fuerza. Todas las tentativas a doblegar su naturaleza airada, díscola, fracasan. La literatura puede morir, pero no será nunca conformista.

“Sí hija, por todo lo que has escuchado decir a los escritores que leo siempre, es el motivo que me empuja a ser escritor, y eso es lo que me empuja a olvidarme del cansancio que me deja el trabajo”, le dije a mi hija, después de leerle esta nota, pero mi hija se había quedado dormida.