[Escrito por: Gerald  Rodríguez. N].

En la esforzada y pícara labor de los misioneros para evangelizar a los oriundos, se encontraron con un tiempo de resistencia a lo nuevo que se venía del viejo mundo, a las imposiciones y engaños que se predicaba en aquellos verbos falsos  para hacer de aquellos pueblos nuevas villas españolas en la gran comedia de imitar una cultura decadente en pleno siglo de prosperidad.

Rafael Ferrer, el primer mártir de las misiones, según la compañía de Jesús, no tropezó con ningún obstáculo para evangelizar río abajo o río arriba, en canoa, solo en plena maraña, a los oriundos que lo recibían pacíficamente y  escuchaban como el misionero vendía su rosca del evangelio. Esta labor que se prolongó de los año de 1602 a 1611, fundando pueblo si ser interrumpido, no tuvo mayor fruto que cuando murió ahogado cayendo de un puente de madero provocado por un cacique que lo acompañaba, que después de haberse deshecho del misionero  que les habían fustigados por vivir en estado de poligamia, había regresado a su pueblo, San Pedro de Cofanes, a desintegrar y deshacer el trabajo del misionero.

Después de aquel manifiesto, cuando ejercía el gobierno del debilitado Yaguarsongo el capitán Diego de Tarazón, los maynas llevaron a cabo una invasión terminando con la vida de unos indígenas de la desbaratada ciudad de Santa María de las Montañas que después de lo acontecido planeaban hacer lo mismo en la ciudad de Santa María de Nieva. Lo acontecido motivó al Virrey Marqués de Montesclaros  a reforzar dichas zonas con una real provisión para hacer sufrir justas condenas por los actos de sublevación y rebeldía. La expedición que había ordenado el gobernador era para saber quiénes eran los culpables de dicha acontecimiento y como cautivar a otros maynas.  En febrero de  1616 al mando del capitán Luis de Armas Betancourt, salió dicha comitiva con 20 españoles y 20 indígenas directamente al lugar de los sucesos. Guiados por las corrientes del Marañón cruzaron el estrecho de Manseriche y redescubrieron el país de los maynas. Mataron algunos oriundos prendiéndoles  fuego  y hablaron con un buen número de jefes indígenas.

Terminada la conversación y quedando todo claro, el capitán había ordenado que se les asignase un sacerdote y un gobernador a dicha comuna, siendo la orden un suspiro al cielo ya que nunca fue  cumplida dicha orden por temor de próximas rebeliones y a sumar más muerte de españoles, sentimiento real que se contradecía con lo que había escrito el cronista acompañante del capitán Betancourt que había estampado en su informe que dichos grupos eran pacíficos y solicitaban bautismo, pero que en el mejor momento actuarían en defensa de lo suyo, como le había sucedido a Rafael Ferrer, que en un descuido, y sin entender el motivo, un oriundo ya bautizado le había dado muerte.