[Escrito por: Gerald  Rodríguez. N].

El hombre amazónico, el del pasado al que los conquistadores españoles llamaron indios y hasta en la actualidad es muy común determinarlo de esa manera con aquel título algunas veces despectivo y vulgar, aquel hombre dueño de los caminos secretos de la inconquistable selva profunda, nunca mostró un rostro de debilidad y aceptación a todas las imposiciones, y es que el hombre amazónico, especialmente los hombres jíbaros, dieron mucha inspiración a los cronistas e historiadores para determinar que el indio sí tenía alma, una alma guerrera y pacifista en busca de una tierra sagrada que se conjugaba con la  defensa de lo suyo.

En los años de 1580, en la ciudad de Huánuco se establece el convento franciscano, que tenía como único objetivo evangelizar parte de la selva alta y baja de todo el Perú. Entonces el padre Andrés Corso, fue el primer evangelizador que decidió emprender su oficio evangelista en la selva del Huallaga, mientras que por el norte la ya ciudades fundadas de Logroño de los Caballeros y Sevilla del Oro no podían prosperar en la organización y civilización de los oriundos, ya que los jíbaros que habitaban en esas ciudades resultaron más contestatarios, que los del Huallaga. El trabajo de refundar la ciudad de Loyola fue tarea de Bernardo de Loyola que en 1581 fue a pacificar  a los rebeldes jíbaros. Y es que antes de la pacificación, los jíbaros emprendieron sus rebeliones con pequeños levantamientos apoyados por los mestizos, que se quejaban de que ellos perteneciendo a la misma casta no contaban con ciertos privilegios como de riquezas y encomiendas. Todo esto posteriormente generó un levantamiento de jíbaros, matando muchos españoles, quedando atrincherados solo 12 vecinos que esperaron esfuerzo armados, enviados por la Audiencia de Quito, y que lucharon  por el espacio de un año más.

No obstante, los jíbaros siguieron andando por la selva en busca de evangelizadores, con la única finalidad de deshacer el trabajo organizado y luchar contra la imposición cultural de aquellos inquilinos de la selva. Hasta que dieron con los canelos,  pueblo llamado así por los dominicos y por estar rodeada la comuna de árboles de canela. Los jíbaros no solo decidieron reducir el trabajo de los españoles, sino también a quienes predicaban. Esta actitud se formulaba como una respuesta a los antecedentes de asesinatos y matanzas que los soldados españoles cumplían con los hombres de aquella floresta. La actitud de los jíbaros era una respuesta no de ahuyentamiento sino al horror que se había sembrado en la selva con consentimiento de la Santa Sede y de la Real Audiencia, que por esos momentos estos órganos determinaban que el indio no tenía alma, no lloraba, y por supuesto, no sentía absolutamente nada.