Los inspectores educativos, que salieron a última hora a verificar si las escuelas y colegios servían para algo, se enredaron en una serie de complicaciones y no pudieron ejecutar sus tareas. Era de verse como algunos no llegaron a destino por diversos motivos, entre los cuales estaba la caña canera o el fulminante chuchurrín. Otros esperaron un poco más para empezar con sus faenas y se les acabó el poco tiempo que tenían. Los demás logaron informes parciales que ocultaban crudas verdades y así fueron habilitados varios centros educativos que se caían en pedazos. Nadie podía estudiar allí desde hacía años.

Entre tanto el año escolar se tuvo que suspender pues no existía el permiso correspondiente de Defensa Nacional para que se impartan las lecciones. Los inspectores educativos iban y venían, volvían, retornaban, hacían estudios, apuntaban cosas, pero no lograban describir la situación general de las escuelas y colegios. Las clases escolares no comenzaban pese a que algunos docentes dictaban sus cursos en sus propias casas o en las plazas o en los estadios. La situación no podía continuar así. Fue entonces que apareció en escena el mandatario
Daniel Urresti, quien había sido elegido presidente del Perú sin ni siquiera ser candidato.

El citado, vara en mano y comandando a sus efectivos en batidas inopinadas, obligó a cada inspector a cumplir con su cometido. Sin esperar más tiempo él mismo realizó la revisión de las escuelas y colegios. A pie o subido a diferentes vehículos como triciclos o carretillas, se movilizó como un verdadero titán, y en poco tiempo hizo más que todos los inspectores juntos.   Después de su intervención las clases escolares se suspendieron hasta nuevo aviso. Según el mandatario ningún centro educativo, ni el más pintado, ofrecía condiciones pedagógicas adecuadas para albergar a los alumnos de ambos sexos.