El mal de tantos 

La solitaria arca de Noé, y su patriarca vinero con sus animales salvos y sus parejas de humanos sacados de la perdición,  navegando en la incertidumbre  mientras toda la tierra andaba perdida en la inundación, es el dato más antiguo de los estragos de una creciente. En ese entonces no se conocía el ya famoso cambio climático pero se trataba del diluvio universal preparado en las asambleas del cielo. Luego que las aguas bajaron la inundación  no fue una tragedia.  La creciente del río Nilo, por ejemplo,  era más bien una bendición del cielo  pues fertilizaba la tierra y aumentaba la productividad de la agricultura.

Pero en el pasado también hubo culturas que pretendieron acabar con la inundación de todos los años, la creciente de siempre.  Nunca se sabrá cuánto dinero se gastó en levantar diques, en trazar otras rutas para bajar la fuerza de las aguas, en fabricar muros de contención. Lo cierto  es que siempre el agua derrotó a la iniciativa humana, a la tecnología de punta o de costado, salvo el único caso del Danubio que fue desviado en Austria y que hasta ahora es un éxito. En el presente, muchas naciones europeas han formado un colectivo para luchar contra la creciente de sus angostos pero terribles ríos. En ese contexto, en el contexto planetario, debería verse también la actual creciente en estos predios que cada día parece acercarse a la hecatombe.

La inundación no es un mal que solo nos afecta a nosotros. Es un mal de tantos. Pero no hemos aprendido nada de los demás. El hecho que moradores fronterizos peruanos huyan a Colombia y Brasil porque allí si las autoridades les  atenderán, es un síntoma de nuestra ineptitud. No se trata entonces del nivel histórico, de los metros sobre el nivel del mar, de esto y lo otro, Se trata de que todavía tenemos mucho que aprender para enfrentar cada año a las aguas elevadas.