Más de cuatrocientos años atrás, un libro veía la luz bajo los más inciertos caminos. Erase una vez en algún lugar de la Mancha, quizás, que nació El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, escrita por Don Miguel de Cervantes Saavedra. ¿Qué representa el Quijote para nuestra vida colectiva? Mucho, sin duda alguna. Aparte de ser la obra más célebre de lengua castellana, decreta los principios básicos para conseguir, a través del asombro, la lógica y la deducción la posibilidad de asimilar de asimilar y procesar, así como estimular, apetitos y despertar talentos escondidos y acceder al maravilloso mundo del conocimiento.

La Cámara Peruana del Libro nos invita a hablar sobre las vicisitudes del mercado editorial amazónico este sábado 24 en Palacio de Gobierno, en el marco con las celebraciones por el día del Libro y los Derechos de Autor.  El evento me produce múltiples reflexiones que quiero compartir con los lectores.

Nunca como antes se había manifestado un enorme interés del Perú con respecto al devenir amazónico. Evidentemente, es una preocupación y una curiosidad que nacen del deseo de conocer, de aprehender, de discernir con hechos claros y concretos su vasta y compleja cosmovisión e identidad cultural/espiritual. Nunca como ahora los mecanismos de exposición de productos artísticos que tienen patrón de origen en la sabiduría y sus derivados importan, no sólo como decorado exótico, sino como vehículo de comunicación de realidades por mucho tiempo ignoradas o ninguneadas.   Nunca, como ahora, sin embargo, sentimos que aún nos falta mucho por recorrer, al menos en el campo literario o editorial.

No lo digo, evidentemente, por las variadas muestras del esfuerzo que permanecen vivos y luchando de palmo a palmo para que la comunidad siga alimentándose con publicaciones hechas en nuestra región: Tierra Nueva (la más constante institución loretana en su género, con un merecido sitial de importancia dentro del mercado nacional), la Colección Monumenta Amazónica (que intenta disponer que las fuentes históricas amazónicas estén al alcance de todos) así como la labor tesonera de un puñado de instituciones y personas que apuestan tercamente por publicar, aún a riesgo de su propia pérdida económica o logística. Hablo en términos mayores. Hablo de políticas editoriales y políticas que desde el sector público y desde el privado fomenten la difusión y uso adecuado del libro.

Hubo un tiempo en que Iquitos publicaba tantos libros o revistas, que era segunda en el país en producción editorial, después de Lima. No hablo de centurias pasado. Hablo de los años ochenta. Entre las razones de este importante renacimiento, figuraba el hecho que alguna gestión municipal decidió apostar parte de su presupuesto en la generación de libros.

Lamentablemente, el oasis de cultura rápidamente se desvaneció, con la llegada de nuevas autoridades, de nuevos funcionario, de nuevos políticos. A partir de entonces, el mercado editorial ha seguido un camino incierto, aquejado siempre por la escasez de fondos y con el alejamiento cada vez más desembozado de los actores que pudieran contribuir con su apoyo y sostenimiento. Estos, por cierto, no sólo han venido acompañados de desdén, sino en algunos casos que no vale la pena mencionar – porque producen vergüenza ajena – también de hostilidad y arrogante menosprecio por quienes están obligados – no sólo legal sino moralmente – a dirigir estos canales cívicos de promoción.  

Es claro que el mercado editorial amazónico, no obstante tener un interesante y bien ponderado grupo de actores deseosos por publicar, no es muy grande. Pero es cierto también que en las últimas décadas se ha ido perdiendo la perspectiva por difundir el culto del libro en sus diversas alternativas, a pesar de experiencias muy enriquecedoras  (a través de presentaciones de autores consagrados, jornadas literarias, talleres, Ferias, etc.). Estas, por cierto, no son financiadas sólo por entusiasmo y ganas, sino por dinero. La presentación de un importante escritor en Iquitos,  la realización de una Semana del Libro, la publicación de un semanario cultural o de una revista especializada requiere dinero, no sólo para su concreción. Pero también de gestores capaces de manejar con éxito una actividad de este tipo, herramientas adecuadas para el procedimiento de elaboración, canales autosuficientes de difusión y, por cierto, participación constante y sostenida de actores y público.

¿Por qué es importante el culto del libro? Porque está comprobado que es capaz de incrustar dentro de una caja de Pandora las múltiples alternativas, los múltiples azares, las múltiples existencias y las múltiples contradicciones del ser humano. Nunca como en la Amazonía, donde las propuestas literarias y editoriales han tenido sus propias vicisitudes, que el libro ha logrado –  con no pocas contradicciones o azares – expresar el pensamiento colectivo tanto como lenguaje académico y espontánea urgencia expresiva. La trayectoria literaria y editorial de la Amazonía se ha manejado a punta de sudor y terquedad.

No tengo dudas que este entusiasmo ha logrado que los libros sobre la Amazonía generen encendida curiosidad en el mundo; que autores de la talla de Ernesto Cardenal o César Híldebrandt decidan publicar, con rotundo éxito, en editoriales loretanas y que poco a poco se generen mecanismos para devolver brillo a una disciplina que se estaba atascada en la burocratización estatal y algunas – muy aisladas, felizmente – tacañerías privadas. Cambian los tiempos, las técnicas y los medios para acceder a la lectura (por ejemplo, el libro electrónico y las revistas on-line) se pueden amalgamar o modernizar, pero se siente un implacable deseo por leer, por conocer, por saber.

He aquí cuando es importante tomar en serio la actividad cultural y, entre ellas, el mercado editorial. Las instancias estatales, los gobiernos regionales y locales deben constituir partidas concretas y permanentes, que excedan lo efímero y la simpatía o antipatía de sus promotores, para constituir Fondos Editoriales y publicación de libros constantes. Se debe establecer mecenazgos culturales y el uso adecuado del presupuesto participativo sólo como una alternativa adicional. El uso de los recursos públicos debe también considerar la educación y el saber, y no sólo exorbitantes partidas para imprimir almanaques y propaganda electoral.

¿Hay futuro, entonces, en toda esta maraña de desencantos, frustraciones y defecciones que nos han colocado en desconsolado sitial del oprobio? Claro que sí, en la medida que tomemos en serio que  el libro es un arma poderosa contra la ignorancia y la mediocridad. Su desarrollo y simbolismo permiten unificar la marcha de la sociedad con la del progreso que, material al fin y al cabo, también entraña una poderosa carga de mente y sensación. Todavía nos espera un largo camino en el desarrollo del libro en la floresta, pero es hora de transitarlo todos, sin condiciones ni prebendas de por medio.