Es probable que la crónica de ayer sobre la importancia del fuego en la limpieza de Iquitos, hizo que de pronto, a altas horas de la noche, apareciera en el patio del local edil de Maynas el inmenso horno crematorio de todos los desperdicios. La usina estuvo todo el santo día y la noche entera a la intemperie, continuó en esas condiciones el mes siguiente y no pasó nada en el año en curso. Nadie dio informe o razón sobre ese invento, hasta que la prensa independiente detectó la triste verdad del milanesa.

En realidad, el horno crematorio de cualquier desperdicio era una cuestión tardía, un error sancionado. Décadas atrás, gracias a una sugerencia del entonces concejal Rosendo Dávila Durand, fue adquirido a precio de remate. Así se acabaron por un tiempo las discusiones sobre el exceso de desperdicios en cualquier parte, hasta en la sopa. Pero el flamante horno no llegó a funcionar y ni siquiera se hizo una parrillada bailable para disimular la bronca que tuvo el alcalde entrante a ese horno.

El horno crematorio de marras estaba tan mal, era tan viejo, que la empresa contratada para ponerle en funcionamiento para que convierta en cenizas a todo desperdicio, recomienda que se adquiera otro horno. ¿Cómo fue posible semejante descuido, tal pérdida de la única oportunidad de evitar las montañas esquineras y callejeras de basura, de evitar la construcción del relleno sanitario, de evitar la constante búsqueda de un lugar para acumular tanta cochinada nuestra? ¿Qué gestión compró ese horno, qué alcalde entrante hizo tamaño mal al querido Iquitos?