El norteamericano promedio, ese que come alimento chatarra, que bebe su wiskey los domingos y que es hincha de algún equipo del curioso futbol con las manos, siente que el sueño de siempre se ha hecho trizas. No puede hablar de la supremacía de su enorme país como antes, como hace poco. Es que el evidente éxito de la patria de las barras y las estrellas no es más, como lo demuestra el disputado terreno de la simple gordura, de la voluminosa obesidad, rubro que ha pasado a ser dominio mexicano.

El tantas veces cantinflesco país ha dejado de ser aquella parcela del atraso y del subdesarrollo continental y ahora tiene más gordos que nunca, más obesos que nadie. Así los dictan las últimas cifras y esa comunidad de hombres y mujeres ha pasado a comandar suceso tan pesado y tan importante en la medida en que los gordos de ese lugar generan una millonada de pesos anuales no solo devorando viandas, sino pagando operaciones que les hacen adelgazar un rato nomás.

El hecho de que en su momento Manuel Uribe fuera el hombre más gordo del mundo era en realidad una alerta de lo que iba a venir. Lo triste del asunto es que el grande sueño americano no volverá a ganar los imaginarios así los gordos más decididos formen un sindicato para recuperar el lugar perdido, comiendo día y noche todas la comida chatarra del mundo.