Escribe: Percy Vílchez Vela

En el laberinto de las sucias calles de Iquitos hay un lugar donde se perenniza un montón oscuro, un depósito habitual de basura. En la cuadra tres de la calle Túpac Amaru, como un homenaje a lo eterno o como la confirmación de un error o un descuido urbano, siempre hay desperdicios arrojados en distintas horas. No hay momento en el día o la noche que ese lugar quede limpio de estorbos. De distintas partes aledeñas, de ciertos lugares lejanos, de sitios inimaginables, las personas llegan con la basura diaria y,  como puestos de acuerdo, dejan sus miserias en ese lugar. Es como si esas personas estuvieran empecinados en formar un cerro o una montaña en plena calle.

Las 24 horas del día, haga sol o caiga la lluvia, arribe la suegra o pasen las grullas, los desperdicios forman un sólido asentamiento, un nutrido y compacto relleno sanitario improvisado. Allí, diariamente, se van a parar cáscaras, pedazos de todo, objetos inútiles, cosas inservibles, trastos, desperdicios del día. Ese lugar es como el rincón elegido, el depósito autorizado, para que unas personas dejen la basura inmediata. Ese sitio se ha convertido en un lugar de peregrinación a donde acuden hombres y mujeres a dejar la mugre que producen en sus casas. ¿Qué misteriosa fuerza oculta, qué ser de las sombras últimas, ha decidido que los desperdicios se acumulen allí? ¿La elección de ese lugar para arrojar las porquerías es un acuerdo tácito y comunal, un pacto indestructible o es una desventurada coincidencia?

En desatada guerra contra ese montón perenne los camiones recogedores de basura suelen arribar y cargar con los desperdicios acumulados. Por unos instantes ese lugar queda limpio de polvo y paja. Y parece que se inicia otra era en esa calle. Pero todo es ilusión, porque de pronto empiezan a llegar las personas con sus desperdicios. Nadie de ellos o ellas tiene algún pudor por estar ensuciando esa calle. Nadie de ellos o ellas tiene algún temor por la multa que pende sobre sus cabezas. Es como si se sintieran exonerados de cualquier delito, de cualquier pago. Y hasta ahora nadie les ha dicho que no contaminen ese lugar de esa calle y nadie les ha cobrado por arrojar sus desperdicios en ese lugar.

El perenne montón de basura de la calle Túpac Amaru se levanta cerca de la esquina con la calle Cahuide. Además, limita con una iglesia, un chifa, puestos ambulantes de comida y tantas casas acoderadas al borde de la pista asfaltada. Y, sin ningún inconveniente, ese montón oscuro y eterno se atreve a permanecer las 24 horas del día, como una fea mancha en un  rostro agradable. Lo que sorprende es que ninguna de las personas que viven por ese lugar se atreve a impedir que se forme ese depósito no autorizado. Es como si todos estuvieran de acuerdo con que se acumule la basura ante sus propias narices. No sabemos de ninguna protesta para acabar con esa fea costumbre de acumular la basura en ese lugar de la ciudad.

En el plano de las calles de la urbe de Iquitos, ese eterno montón de basura    de la Túpac Amaru,  es apenas un aporte. No es una pera del olmo ni un solitario exponente de la mugre cívica. Porque en otros lugares, en otros sitios, existen depósitos improvisados que la gente acumula como si nada. Cualquier persona que recorra las arterias de esa ciudad se encontrará de pronto con otros montones acumulados diariamente. En tantas partes abundan esos sitios donde la basura se muestra fuera de los horarios y de la labor de los carros recogedores.  Esos montones se levantan a lo largo y ancho de la metrópoli oriental con toda impunidad.  Nada ni nadie puede hacer algo para acabar con esas muestras del desaseo urbano.

Los perpetuos motones de basura de las calles de Iquitos son evidencias de un  mal insoportable. El cultivo de la suciedad pública de parte de personas que por una u otra razón no colaboran con la limpieza.  Como si les gustara vivir cerca o dentro de los desperdicios, suelen generar la basura y arrojarla en determinados lugares. Esos ciudadanos son los que contribuyen a que la ciudad se muestre sucia a toda hora. De una u otra manera colaboran con las evidentes deficiencias de los carros recogedores que nunca pueden limpiar a Iquitos. ¿Qué hacer contra esas personas inescrupulosas que infectan con sus desperdicios las calles de la ciudad?