[Julio Ramón Ribeyro].


Nació en agosto, seguro con garúa, un 31 de ese mes del año 1929. Murió el 4 de diciembre de 1994, seguro con garúa también. A los 33 años ganó una beca para estudiar en Europa. Lo hizo en la Universidad Complutense de Madrid y en La Sorbona de París. Ni más ni menos. Trabajó como consejero cultural del Perú en la Unesco y también en France Press, esa agencia de noticias gala en la que muchos escritores hacían gala con su pinitos literarios. El mismo año que se alejó de esta tierra obtuvo el Premio Juan Rulfo. Murió a los 65 años y dejó varios libros, especialmente de cuentos. Pocas fotografías. Pues se mostraba huraño para las instantáneas. Pero varios fotógrafos le inmortalizaron. Y esas fotos se exhiben en la Casa de la Literatura en Lima. De esa visita trata la siguiente crónica de quien estudió Letras en la Pontificia Universidad Católica del Perú y nos regaló grandes cuentos.

“Uno, con los años, se va convirtiendo en su propia caricatura”. Esta frase nos recibe en donde un proyector deja pasar fotos y palabras. Combinación perfecta que el curador – el maestro de las fotografías Herman Schwarz- ha tenido a bien considerar. Y ahí, entre foto y foto, se distingue a uno de los nuestros.

Lean: “El matrimonio destruye el amor, la posesión mata el deseo, el conocimiento aniquila el placer, el hábito la novedad, la destreza, la conciencia. Ser el eterno forastero, el eterno aprendiz, el eterno postulante, he allí una fórmula para ser feliz”. Frase brillante. Escrita en 1958 en París. El 28 de enero para ser exactos y enviada a Juan Antonio, el hermano. ¿No pertenece a uno de sus cuentos.

No es un fragmento de Los gallinazos sin plumas o Prosas apátridas. Es solo una misiva. Pero, como todo buen cuentista, quien la elaboró evidencia una destreza idiomática mezclada con sustancia filosófica. Tan solo esta frase basta para hacerlo inmortal. Como lo es, sin duda. Pertenece a todos los que la leemos. Es de Julio Ramón Ribeyro. Pero ya no es de él. Mucho antes que se inaugurará la muestra fotográfica el jueves 22 de mayo a las seis de la tarde en la Casa de la Literatura Peruana esa frase ya era de todos. Por eso es que la muestra se inicia con esa frase pegada a la pared. En realidad está pegada en la mente de todos los que, en libros o recopilaciones, la leyeron.

Aún antes de ingresar al recinto donde se muestran cerca de medio centenar de fotografías en diversas partes del mundo y con diferentes personajes universales uno siente la necesidad de leer los cuentos de Ribeyro. Apreciarlo alrededor de una mesa –con vasos semivacíos y botellas de licor, apuntes manuscritos y detalles imperceptibles- junto a Alfredo Bryce Echenique provoca cierta envidia. Y uno quiere ser aunque sea la mesa o –por qué no- el posavasos de ese paisaje literario. Meterse en la tertulia. Saborear las palabras que pronuncian ambos personajes. Ambos muy jóvenes y con todos los sueños por delante y, seguro, por detrás para contarlos a quienes quisieran escucharlos. Una imagen vale más que mil palabras, dicen los fotógrafos para defender el trabajo que inmortalizan. Y uno al ver a estos dos grandes de las letras peruanas puede darse el lujo de colocar el pie de foto que la imaginación le dicta. Ahí están ellos. Dos cuentistas, dos narradores, dos inventores que transmiten la pólvora que tenían en los dedos para escribir las historias más hermosas con la dinamita que les daba la inteligencia y, también, la vivencia. No inventaron la pólvora, qué va. Pero vaya instrumento que usaron para llenar cuartillas sentados cada uno en su buhardilla europea. Si al ingresar a la sala uno se topa con Julio Ramón joven no tiene que esperar mucho tiempo para toparse con un Bryce igual de joven.

Hasta que aparece el poeta de los poetas. Con ustedes, señoras y señores, un personaje delirante, de la Generación del 60, llamado Arturo Corcuera. El autor de Noé Delirante se muestra aún sin las canas que más tarde le mandó la vida. Pero el habitante de Chaclacayo posa para la foto y un poco más abajo se lee: “Qué sería de mi si no se hubiera inventado el cigarrillo”. Ribeyro era un eterno fumador. Empedernido. Tanto así que la mayoría de las postales que se muestran le muestran a él con los dedos ocupados por el tabaco. Sí, ese tabaco que tanto daño le hiciera. Pero que tanta felicidad le provocó en todas esas humaredas domésticas con las que recibía a sus amigos y a los periodistas que le hacían guardia para siquiera conversar unos minutos.

Ahí está Julio Ramón junto al tablero de ajedrez. Tablero que le servía también para tramar los más versátiles jaques mates literarios. Y que, vaya a saber si no es producto de la imaginación que se posesiona del ambiente, uno cree ver un tremendo cenicero en medio del tablero donde ya está el escritor listo para una jugada maestra. Como todo un maestro. Los ojos se llenan de felicidad al ver en diferentes facetas al escritor. Pero todavía no se termina. Las fotos son solo una antesala. Una previa. Para lo que puede ver en video.

“Uno, con los años, se va convirtiendo en su propia caricatura”. Esta frase nos recibe en donde un proyector deja pasar fotos y palabras. Combinación perfecta que el curador – el maestro de las fotografías Herman Schwarz- ha tenido a bien considerar. Y ahí, entre foto y foto, se distingue a uno de los nuestros. No estrictamente uno de los nuestros. Pero César Calvo Soriano, según confesión de su propia madre al periodista Ernesto Hermoza, decía que nació en Iquitos aún teniendo la certeza que su alumbramiento se produjo en Lima. Por qué lo decía. Sencillo. Muy con sentimiento. Porque –le decía a su madre- que nadie se imaginaba cómo le recibían los amigos en Iquitos. En verdad es de imaginarse cómo y qué bienvenida le ofrecían en la tierra, su tierra. Pero no hay que perdernos en el bosque de Calvo. Regresemos al urbanismo de Julio Ramón. Con su caricatura y todo. Con las fotos de Carlos Dominguez, el chino o las del archivo de Caretas con las instantáneas de Víctor Ch.Vargas. Con su prosa elegante que impregnó al realismo mágico esa característica urbana. Él era un ser urbano. También un ser humano.

De ambos seres trata su obra, básicamente de cuentos. Sus cuentos completos. Ese ejemplar de más de 800 páginas que se publicó en1994, según los entendidos y los no tanto, es una obra maestra de la literatura latinoamericana. De obligada lectura para quienes gustamos de las historias con personajes que deslumbran. Como deslumbrados quedarán por siempre quienes tengan la oportunidad de visitar la muestra fotográfica. Bien hecha, buenas fotos, datos correctos, variada información sin renunciar a lo escueto. Merecido homenaje a un eterno forastero que tuvo la dicha de pasar a la eternidad gracias a sus creaciones. Porque uno puede apreciar la muestra y quedarse mudo ante tantas expresiones gráficas. Como la palabra del mundo, pues.