[La Gran Manzana Cultural]:

Escribe: Percy Vílchez Vela


El olvidado virrey Alba de Liste era un devoto de la madre de los avaros, de la virgen del puño cerrado, y hace siglos dijo que no había plata para ayudar a la región amazónica que era pasto de la avisada, descarada y abusiva invasión bandeirante. No había plata, era una mentira monumental, una falacia más grande que los pecados de entonces, porque dinero contante y sonante había en las arcas coloniales del reino del Perú y sus desventuras seculares. Lo que no existía era la voluntad oficial de invertir en una región distante, desconocida y misteriosa. El triste eco y el nefasto contenido de esa frase de antaño arriba hasta nosotros y hoy en día se suele repetir sobre todo cuando se trata del campo cultural. Nunca hubo plata para convertir a Iquitos, por ejemplo, en algo parecido a esa Bogotá de estos tiempos. Parece una exageración, pero no lo es.  


La momia del virrey Alba de Liste, embadurnada con sus pinturas de tocador y disimulado con sus disfraces virreinales, debe cabalgar algunas noches con luna por las calles iquiteñas. En su peregrinaje de ultratumba esa ánima en pena y penosa debe sentirse desolada, porque no encuentra vegetales a la vista. No hay ni árboles, ni arbustos, ni plantas, ni hierbas en abundancia, como si esa ciudad emblemática del trópico hubiera surgido en el remoto fondo de un desierto donde no cae ni una gota de agua para muestra. En su espantoso recorrido nocturno, esa momia también debe padecer porque en esa urbe no encuentra locales, ambientes, espacios, sitios dedicados a la vida cultural. Aburrida, absurda, esa momia de las edades deber marcharse a otra parte, sin darse cuenta que su lamentable frase sigue reinando como una maldición.

Es posible que antes, muchas veces, en la ciudad de Bogotá tantas autoridades y personas ilustres y notables pronunciaron la frase letal del virrey citado para no invertir en algunos campos, en el terreno cultural, por ejemplo. Toda repetición fue una ofensa, como en cierto vals, pero por dichosa fortuna, en un momento luminoso, aquello de no hay plata se borró del lenguaje diario, de las decisiones importantes de una entidad bancaria y ahí se acabó ese elogio a la impotencia. Entonces apareció la primera semilla de la Gran Manzana Cultural. Ese simple cambio de decisión fue su clave mayor, su impulso decisivo. Porque el dinero tuvo que aparecer para la necesaria inversión en un ámbito que cambió radicalmente el rostro de esa ciudad sudamericana. El dinero siempre se puede conseguir. Y eso se ignora en Iquitos desde hace tiempo. Todo el mundo conoce que el momento de mayor abundancia de dinero en esta ciudad ocurrió durante el tiempo del caucho.

Lo que muchos ignoran es que en ese instante del pasado no tan remoto los caucheros gallegos, que trabajaron la savia por la zona del río Tapiche, no se cerraron entre cuatro paredes a contar sus ganancias, ni se creyeron el cuento de la súbita riqueza personal, porque se dieron tiempo para pensar en los suyos, en los demás. Así que hicieron periódicamente colectas para enviar a sus lugares de origen para que se levanten obras cívicas, obras colectivas. Los otros también existían, cristianamente. Los extractores de estas verdes desolaciones nunca pensaron en la ciudad que habitaban y gastaron fortunas en sus propias moradas, algo válido, por supuesto, en suma de vanidades vacías, en nada, al final. Unos más que otros, se condujeron como los nuevos y repentinos ricos que no saben qué diablos hacer con sus ingresos abultados. No existe ni un solo ámbito público hecho por esos empresarios de pacotilla, esos cachupines de la impotencia. Es posible que después de contar las cifras de sus fortunas se ponían a repetir hasta el cansancio la burda frase del virrey Alba de Liste. ¿No había plata?

La horripilante momia de ese virrey indigno vive y colea en las palabras reiteradas de los que ahora repiten su frase inútil. De una a otra banda hemos escuchado tantas veces esa noticia como un estribillo de un fandango aprendido y repetido hasta por los que no saben leer ni escribir. Nunca fue cierta esa novedad vieja. No es cierto que en el presente no exista dinero para la inversión en cultura. Los gobiernos regionales y las casas consistoriales tienen, amparados por la ley, un presupuesto mensual para gastar en las manifestaciones artísticas de cada lugar o comunidad. No es poco dinero si se suma cada año. Es una pequeña fortuna que bien podría servir para dotar de la requerida infraestructura cultural a Iquitos y las otras ciudades amazónicas. Nuestro retraso se puede medir mejor en la clamorosa ausencia de ambientes dedicados a la cultura, que es el personaje central del este siglo, según profecía del fallecido escritor Carlos Fuentes.

Entre Bogotá e Iquitos hay abismos de diferencia. Hay el clima, la lluvia, los cerros permanentes, el presupuesto. Pero también hay semejanzas que no se pueden negar. Ambas urbes, por ejemplo, tienen un marcado y notorio origen indígena. En ambas metrópolis una obra puede demorar una eternidad. En el futuro no muy lejano puede relacionarles La Gran Manzana Cultural. En el concierto de ciudades amazónicas, Iquitos es la que mejor puede progresar en esa orientación. Porque su manzana o su calle o su cuadra ya está construida. La Casa de Fierro podría ser el corazón de esa nueva demarcación urbana, de ese porvenir de veras diferente. No está muy lejos el famoso Hotel Palace. Las otras mansiones caucheras andan cerca como levantadas en un laberinto compacto. ¿No hay plata para cambiar el rostro de la ciudad? ¿Habrá plata algún bello día? ¿En qué glorioso instante la momia sepulcral y espeluznante del virrey Alba de Liste será convertida en ceniza de las generaciones?

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