COLUMNA: PIEDRA DE SOL

                                                                                 Por: Gerald  Rodríguez. N

Entre los placeres de la coyuntura nacional y congresal, se abrió el debate por el proyecto ley de unión civil, proyecto que pretende que las personas de opción homosexual puedan ser reconocidas por el estado peruano en la igualdad de cualquier persona que busca contraer unión conyugal. Y es que en el puritano accionar de la sociedad peruana, todavía existe un cierto rechazo a la opción sexual, que por la condición de su naturaleza, deciden guiarse por aquella opción. Y es que cuando se habla del tema, resalta el término moral, ética, y por supuesto, libertad. Por lo que la libertad comparte un parentesco de primer rango con la voluntad, aquella decisión personal  al que Schopenhauer definió como “la única cosa que no es realmente conocida, sin demasía y sin falta”. Ante el prejuicio popular por esta opción sexual que ahora pretende ser reconocida en el ámbito de la unión civil, seamos menos circunspecto, menos tradicionalista dentro de aquella moral inexistente, creada por la hipocresía de una historia que nos impide surgir como país, pensemos que en esa voluntad de la unión hay, ante todo, una pluralidad de sentimientos: el sentimiento del ser que busca ser reconocido y respetado.

La voluntad no es solo un complejo de sensaciones y de pensamientos a la cual el ello, el ser al que se le cataloga como un efecto de solo ellos por su diferencia opcional ante su sexualidad, también comparte un cuadro afectivo que no se conceptualiza en diferencia, el afecto es uno solo ante la mirada de todos. El libre arbitrio de la sociedad conservadora es un sentimiento de superioridad por ser parte de aquel efecto de los ellos, de los homosexuales comprometidos en su causa de ser respetados bajo un solo concepto de libertad. Y aunque esta palabra es tergiversada ante los intereses del conservadorismo, la tribu homosexual experimenta ante esa actitud de superioridad de la sociedad su expresión: “soy libre”, y rechaza la expresión: “ellos deben obedecer la ley de la naturaleza social”, sometiéndoles a una servidumbre de libertad condicionada. El juicio absoluto de la sociedad conservadora ante la tercera opción es que obedezcan lo que se ha planteado en las leyes, por lo que eso genera la impresión de que se sientan obligados y coaccionados a leyes fuera de su naturaleza como ciudadanos también que lo son. La apreciación respecto a las leyes que son solo para los normales que buscan contraer nupcias y reconocimientos de la sociedad es falsa, porque la apariencia de las leyes y la libertad solo se interpreta en un sentimiento y en un interés personal de la sociedad.

El poder de los prejuicios morales ha penetrado profundamente la esfera de la espiritualidad pura, en apariencia la más fría del género humano hacia sí mismo y como es natural, ha ejercido en el hombre una acción nociva, paralizante, deslumbradora y deformante. La interpretación de la sociedad actual de lo bueno y lo malo parece un refinamiento de inmoralidad y despierta la pena y el disgusto en una conciencia valiente y vigorosa. Todo esto ha generado el desarrollo de una pasión de odio como esencia de hacer sentir lo bueno y lo malo ante aquellos que también exigen respeto, libertad, consideración e igualdad con leyes que no solo sean para los normales, esos seres extraño.