En el mundo de hoy,  tan cambiante y tan inesperado, no conocemos a nadie que mida las longitudes y los tamaños del progreso con runas de frío cemento, acumulación de fierros,  inauguración de pistas,  tendido de puentes colgantes o no, adquisición de aparatos,  acaparamiento de últimos  inventos.  Lo anterior es solo una mejora en las condiciones materiales de la existencia.  Un aporte necesario pero no único. Hoy se considera que una sociedad transita por las alamedas del desarrollo si es que impulsa su vida cultural.  La nueva riqueza de las naciones esta entonces en sus museos, bibliotecas, galerías,  teatros y, sobre todo, en el ejercicio de la lectura.  Entonces para medir la calidad de vida no solo se le pregunta al individuo si gana buen sueldo, si come bien, si duerme mejor, si no también si es que lee regularmente.

Entonces, ante esos nuevos patrones de medición, no necesitamos ser agudos para darnos cuenta que acá, entre los lodazales del subdesarrollo y la dependencia,  estamos peor que antes.  Más atrás de lo que imaginábamos  sin mucho fervor ni optimismo. En la cola y con tendencia a empeorar como el fútbol peruano. Y es así porque las gestiones de poder local y regional, se empecinan en seguir con la vieja receta constructora, edificadora.  De vez en cuando, con bastante pompa y abundante brindis, y posteriores publicación de publi-reportajes, inauguran esas obras físicas como una vertiginosa carrera de sembrío de cemento y fierro.  El gobierno central no es ajeno a ese desvarío. Nuestro locuaz mandatario, con su voz exacta y su gesto sin desperdicio, habla de grandes proyectos materiales. De la cultura nada o casi nada.

En la ya desatada campaña electoral del presente, hasta ahora, no hemos escuchado a nadie anunciando un plan integral en el campo de la cultura. Nadie ha hablado de gestas cívicas y campañas sociales para difundir la lectura entre los pobladores, por ejemplo. En Iquitos, para variar, un aspirante al municipio, que viaja constantemente al extranjero,  comanda los pronósticos ofreciendo kilómetros de pista, como una panacea, una obra monumental.  El mejor capital, el cultural,  no tiene cabida entonces en las propuestas de los políticos que nos gobernarán dentro de poco. Lamentablemente, ese capital crucial para cualquier sociedad que aspire a alcanzar el porvenir, seguirá desperdiciado entre nosotros.