A mis 43 años he tenido la suerte de criar y convivir con animales domésticos y uno que otro salvaje. Mi familia ha tenido desde gatos hasta monos, sin dejar de olvidar a un tigrillo y lagartos blancos a los que no pude conocer.

Siempre hubo algún animal en casa, siendo los gatos los que nunca dejamos de tener.

Desde hace más de ocho meses me mudé a una nueva casa y con la mudanza vino desde la calle, rescatado desde el mercado Modelo, un gatito, de quien descubrimos tiempo después, que se trataba de una michilina.

Llegó huraña, como suelen mostrarse y portarse aquellos animales a los que se les desvincula de su madre y hermanos. La presencia de “Cuevita” vino a generar cambios en la común crianza que muchas familias le suelen dar a los gatos. Es decir: comer de la sobra, hacer sus necesidades donde se le antoje y subsistir con sus propios medios.

´Cuevita”, cuyo sexo finalmente se definió como hembra, terminó por descubrir que estábamos ante una potencial animal que al entrar en celo, iba a generar más de un dolor de cabeza.

Y el problema ocurrió el pasado 12 de mayo, cuando mi esposa Martha me alertó que la gata, a la que habíamos enseñado a alimentarse solo de comida para animal y a hacer sus deposiciones en una batea con arena, había desaparecido de casa.

La noche del viernes y hasta la medianoche del pasado lunes sirvió para tratar de encontrarla y para comunicar lo ocurrido en redes sociales, y a los allegados.

Tengo que confesar que la sola presencia de algún animal domesticado, cuidado y  educado, permite conocer sobre ellos en otro contexto. Como por ejemplo, que al igual que el perro, no moviendo la cola, sino como suele ser normal, se pegan a quienes los crían y se soban en señal de amor.

Desde la noche del pasado viernes hasta el lunes último a la medianoche fue, aunque no lo crean, muy dura. Y es que a mi edad no tuve la mínima idea del cariño que podía tener hacia los animales, en este caso por la “Cuevita”.

Tras su extravío y posterior retorno, he comprobado que un animal termina por hacernos seres más sensibles y genera un cariño sin igual hacia ellos. Claro que no todos están obligados a querer a los animales, pero sí están obligados a no maltratarlos.

Ahí están mis amigos: “Hugo” el perro de la DUES, “Totó”, “El Negro” y demás, a quienes he tenido la suerte de conocer de una u otra manera.

Hoy entiendo mucho más la labor de las ONG en defensa de los animales y no concibo que una ciudad capital como Iquitos, llamada la isla bonita, tenga autoridades a las que simplemente les importa nada la presencia de perros y gatos de la calle. Es porque seguro a los animales solo los ven como mascotas de sus hijos.

La “Cuevita” ha vuelto a casa y ya se han tomado las acciones competentes, como la de esterilizarla y contribuir con ello a que la ciudad no se vea invadida de gatos, pues esperar alguna acción de las autoridades es para decir que se trata de un sueño, como el que suelen disfrutar los miau.

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