El baile de la destrucción

Empiezo a revisar las páginas de la traducción de Memorias de un Cónsul Norteamericano en Iquitos 1943-1944 (título que en lo personal me parece insulso en comparación con el original, en inglés – Danzing Diplomats – fuerte, metafórico y preciso), un testimonio de época de la pareja conformada por Hank y Dot Kelly, publicación que es posible por el convenio entre el Centro de Estudios Teológicos de la Amazonía y la Universidad Científica del Perú.

Leo, claramente, profundizando un poco más en los testimonios de los Kelly, en el panorama de mediados del siglo XX en la capital de la Amazonía nacional y de repente, como en una mala película, aparece en mi mente a la primera página de Conversación en la Catedral, buscando, como Zavalita, la respuesta a la paráfrasis de esa pregunta capital de la peruanidad, que se aplica a casi todo: ¿En qué momento se jodió Iquitos?

En qué momento nos jodimos. Sí, cierto, aunque parezca mentira. Porque ya en los años cuarenta (década pérdida de las fuentes históricas iquiteñas, según el padre Joaquín García) parecía que estábamos jodidos. O en todo caso, sumidos en unos problemas, en una inacción, en una burocracia insuperable, en una corrupción y una incompetencia de las autoridades que da la impresión no haber variado en lo absoluto.

Hank Kelly, diplomático extranjero, tuvo que escribir su propia versión de la ciudad para, al fin, poder tener la versión de una época, la que nosotros los loretanos no supimos guardar o plasmar. La destrucción o eliminación de cualquier vestigio de pasado o de memoria. Claro, igualito como cuando se arrojaron al río cientos de negativos de fotos antiguas. Igual como cuando un Alcalde mandó a derruir todo un inmueble de valor histórico inconmensurable, lanzando a cualquier lugar murales de un artista imprescindible como Calvo de Araujo. Igual como cuando, en la puerta del Parque Zonal, no hace mucho, a algún personaje de nimia capacidad se le ocurrió dejar cientos de documentos y periódicos antiguos de la Biblioteca Municipal listos para que los cachivacheros los usen como desperdicio o material de reciclaje.

Y leyendo a Kelly es cuando nos damos cuenta que seguimos inmersos en una máquina del tiempo averiada. Parece como si las calles de esta otrora orgullosa y arrogante urbe estuvieran destinadas a ser carne de cañón de la incompetencia de una gestión regional colapsada y un consorcio de pica piedras sin ningún sentido de la realidad y la vergüenza. Hace 70 años, como ahora, seguíamos abandonados en cuanto a servicios de agua, luz y alcantarillado. Hace 7 décadas, como ahora, estábamos inmersos en idas y vueltas de las inundaciones, la insalubridad y la inacción de la policía (hay un testimonio alucinante cómo el Cónsul Norteamericano sufre el robo de su bicicleta y tiene que usar sus influencias ante el propio gobierno central para que al día siguiente pueda recuperar su vehículo). Hoy, como ayer, la clase dirigente era lenta, pesada, poco preparada.

Sin embargo, lo que llama la atención, ayer como hoy, es que a pesar de todos los problemas, seguimos manteniendo esa tradición de bailar, de festejar, de celebrar bajo pretexto, mientras la casa se cae a pedazos. Eso le sorprendió a Kelly y se adaptó. El diplomático bailarín. La danza de los cónsules. La asimilación de la costumbre de olvidar todo y pretender la alegría constante.

El rito, evidentemente, ha tomado visos deformes, ha llegado a su nivel más delirante. Todos sabíamos la clase de burgomaestre que íbamos a elegir hace un par de años. Sin embargo, lo elegimos. Todos sabíamos que íbamos a tener una gestión regional con los errores que ahora lamentamos (y de ellos, la peor decisión política fue confiar al grupete chino la destrucción de la ciudad). Ahora tenemos ruido, tráfico infernal, polvo, arterias desechas, barro, basura, pillaje, hacinamiento y múltiples etcéteras.

Una vez más, el candidato besucón, el bailecito, el capillo de prendas, los regalitos, el trago gratis.

¿Toda la culpa del caos es de aquellos que se sacan los ojos por el control de la Municipalidad de Maynas? ¿No será también que los ciudadanos hemos dejado que esto pase, conscientemente? ¿No será que nosotros mismos hemos dejado que la ola empiece a llevarnos rápidamente?

En una región con los índices deplorables de educación que tenemos, con las constantes amenazas de la naturaleza, con las enfermedades endémicas, aún tenemos un sector que tercamente apuesta por el turismo, la cultura, la pedagogía o el rescate de la memoria. La apuesta de Tierra Nueva, por ejemplo, en su afán por recuperar la historia del genocidio cauchero, con libros y publicaciones del más alto nivel. Pienso, por ejemplo, en la Biblioteca Amazónica, que sigue luchando por seguir atendiendo pese al extraordinario déficit que tiene, que pudiera fácilmente ser recuperado si en vez de auspiciarse bailes se planteara una apuesta por lo que verdaderamente importa. Pienso en todos los empresarios turísticos que hacen maravillas para seguir promocionando a la ciudad, a pesar de su estado actual. En los gestores, artistas, activistas, en esos profesionales competentes y decentes que abundan.

En gente de esa estirpe, en colectivos de ese nivel se debe mantener la esperanza. Yo creo que se puede levantar Iquitos, pero depende de la sociedad. El terrible momento puede ser pasado por alto. No nos hagamos los locos, no bailemos para obviar la realidad. El pasado y la gran memoria de esta ciudad lo demandan.