El arribo del esbelto asno, escoltado por un forastero que vestía elegantemente con sombrero pardo de alas anchas, camisa blanca, pantalón vaquero y botas de electricista, causó sensación en los días de las elecciones de aquel perdido año del 2014. Las décadas han pasado desde entonces y en las memorias todavía bulle el recuerdo de lo que el afuerino hizo para ganar votos, para tentar el siempre jugoso poder provinciano.

En cualquiera de las plazas de Iquitos, siempre abrumadas de basura cotidiana, el forastero no hizo ninguna campaña, ni prestó declaraciones a la prensa, ni prometió cosas que no iba a cumplir, sino que armado de varios peines procedió a peinar el frondoso rabo del asno. Solo eso, nada más que eso, pidiendo el voto ciudadano para alcanzar el tantas veces retrasado progreso. No hizo nada más que peinar ese rabo durante meses, mientras bellas damas repartían volantes con su programa de gobierno, donde lo más importante era la crianza de asnos para la exportación a los mercados de todo el mundo. El asno era el porvenir diferente, la potencia que iba a sacar a la región entera del atraso.

El temido momento de la ley seca pero volteada, o sea del día central de las elecciones, el tan peculiar forastero, ante un enorme espejo, también procedió a peinarse con obsesiva insistencia. Una y otra vez se peinó como buscando un perfil perfecto de sus cabellos que dicho sea de paso eran duros y erectos. En los meses que siguieron el forastero se dedicó a decir que había ganado las elecciones, que sus contendores le habían hecho fraude. Nunca se supo la verdad, pues debido a las maniobras de sus rivales fue expulsado de la ciudad. El asno se quedó en Iquitos y fue después utilizado por otro candidato que no obtuvo una votación significativa, ya que se olvidó de peinar el rabo del animal.