Cuando obligado por la endocrinología debo madrugar al estadio Max Augustin de Iquitos y ver a tanto futbolista master que se empeña en jugar lo que ni en su juventud practicaba he recordado a uno de los más disciplinados, perseverantes y diestros goleros que ha tenido Colegio Nacional de Iquitos en los años maravillosos en los que el titular de ese puesto era Otorino Sartor, arquero del seleccionado peruano, cuando el representativo nacional disputaba títulos internacionales y se clasificaba con cierta facilidad a los mundiales.

Un grupo de mozalbetes del barrio de la Putumayo nos aparecíamos en la cancha del entonces llamado “viejo Max” todas las tardes –inclusive los lunes, día que la mayoría de jugadores descansaba- y, además de darle al balón y mataperrear, nos quedábamos admirados por la tenacidad de ese hombrecito delgado, posheco e introvertido que solo vivía para ser arquero y reemplazar en la planilla titular a Sartor.

A pesar de la lluvia que caía con constancia y, por ende, hacía más difícil detener el balón por la humedad de los paños, Víctor Vargas no se amilanaba y practicaba todas las jugadas posibles. Los niños le veíamos con admiración. No sólo porque en esas circunstancias era casi imposible reemplazar a Sartor sino porque el hecho de ser “de los nuestros” le daba un aire de adversidad que debía superar. Y vaya que lo superó.

La mayoría de esas tardes su principal entrenador era el propio Otorino Sartor, quien le motivaba e incentivaba para adquirir destreza en la guardianía del arco. No era frecuente que un arquero titular se empeñara en preparar a quien, finalmente, le debía reemplazar. Vista la vida con el egoísmo frecuente que hoy impera ver a Sartor dedicar varias horas a mostrar los secretos para evitar que el rival meta los goles no es una frecuencia ni en el deporte ni en ninguna otra actividad. Pero Sartor no sólo era entrenador de Vargas sino, por lo menos eso nos enteraríamos años después, se había convertido en su compadre. Y entre compadrazgos y adiestradas Víctor Vargas ya se había ganado el titularato. Años después también nos explicaríamos porqué el arquero titular de la selección peruana aparecía sentado en la banca de suplentes de CNI con un sombrero moyobambino con la chompa gris que también vestía su compadre. Sartor, su compadre al fin, inventaba lesiones y daba lecciones anónimas sobre la necesaria renovación.

Víctor Vargas se había ganado el titularato con la garantía de Otorino Sartor, su compadre y alumno. El alumno había superado al profesor. La portería colegial estaba en buenas manos. Las atajadas que hacía los domingos después de las 3.30 de la tarde los niños del barrio lo celebrábamos como nuestros. El triunfo del domingo y las atajadas atrevidas que hacía Vargas nos servía para admirarlo aún más. Por su logro y perseverancia. Y, porque, cuatro décadas después trotando por los mismos lugares que ese gran arquero frecuentaba, habrá servido de ejemplo para muchos jóvenes. Algunos de ellos quizás practicaban fútbol por estos días más por razones médicas que por el entusiasmo y dedicación que le ponía Víctor Vargas a sus objetivos. Sería una exageración aceptable en un hincha decir que fue el mejor arquero que pasó por el equipo albo. Pero que fue el más perseverante, sí.