Percy Vílchez Vela

El hombre envejecido, con visibles rostros de fatiga en el rostro alucinado, empuja diariamente una carreta poblada de ´papas de todas las variedades.  En su trajinar apresurado no se detiene ni a la hora de las comidas,  y recorre los caminos, carreteras y senderos de todo el país, ofreciendo con grandes voces el tubérculo. El vendedor de papa incursiona en cualquier lugar y no se detiene ante las dificultades que le presentan los suburbios últimos, los arrabales próximos. Y puede hasta sortear páramos sin nombre, abismos insondables. Todo ´para vender la mayor cantidad del producto mencionado. El hombre de la carreta con papas tiene una endemoniada prisa por ganar dinero para pagar una abultada deuda.

El infatigable vendedor ambulante de papas es el antiguo preso Alberto Fujimori. Indultado y todo, libre de la condena de 25 años, exonerado de rejas y juicios, no pudo escapar del pago de una millonaria deuda de reparación civil. En un principio, siguiendo su temperamento evasor y pendenciero, quiso hacerse el loco y seguir sin pagar los 51 millones que debía a los deudos de sus latrocinios. Estaba libre y coleando, tomándose fotos con sus franelistas de todo pelaje, barajando la posibilidad de participar en alguna campaña política,  cuando un juez riguroso le condenó a pagar si o si lo que debía. Caso contrario iba a volver a  prisión.

El terror a regresar a semejante antro con barrotes hizo que el ingeniero se pusiera las pilas y, sin más,  abandonó la opulenta mansión alquilada que habitaba y decidió vivir a la intemperie como uno de los que no tienen techo. La opción por vender papa apareció como una salvación ya que el tubérculo tenía un buen precio en el mercado. El  inconveniente fue encontrar la manera de conseguir la mayor cantidad de compradores. La presencia de la carreta le permitió buscar afanosamente a sus clientes. A ese ritmo de venta Fujimori deberá trabajar unos cien años para pagar su millonaria deuda.