El despojo fluvial

El indigno Congreso peruano,  presidido por un varón aun más indigno,  porque pese a ser de estos montes es un servil del centralismo, dio paso a una ley todavía  más indigna. Se trata de la Ley Corina. Nadie sabe  para qué  se usa un nombre  femenino para designar a una monstruosidad. El tocinero gobierno del que se va esta semana, quiere llevar  las aguas del Huallaga y el Marañón hacia las heladas tierras andinas,  los arenales cercanos al mar.  En vez de gastar en repotenciar el innavegable Mantaro o fecundar el hablador Rimac o mandar sacar la sal del  mar Pacífico, como se hace en otras partes para agenciarse de ese recurso que ya escasea en el mundo, opta por zamparse las corrientes aguas amazónicas.   

La palabra zamparse es exacta. Ni el saliente gobierno, ni el mediocre Congreso también saliente consultaron con la gente de estos páramos.  Nunca se dignaron venir a conversar con los moradores de por acanga. Nadie sabe a cambio de qué quieren llevarse algo de esos ríos. Nadie sabe cómo serán recompensados los directamente afectados por esa grosera alteración de la sabia naturaleza. El señor César Zumaeta, que jamás hizo ninguna ley para beneficiar a su lugar, parece robotizado por su perpetuo servilismo al alanismo. Y, suponemos, cree que para los selváticos el agua nos sirve para jugar los carnavales.  

Pero no.  El agua desborda el terreno de su presencia física. Somos agua, en realidad. Y es grave ofensa que alguien pretenda modificar el curso de los ríos amazónicos.   Desde hace siglos, los centralistas  se han llevado tantas cosas del bosque. A cambio de simples regalías, de pequeñas retribuciones. Se han llevado el caucho, se están llevando el petróleo, pero no pueden llevarse las aguas. Ni como.  De manera que los deplorables escaños han abierto otro conflicto en este país en permanente  litigio.

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