La merma de siempre 

El poeta Pablo Neruda nombró al sin par Amazonas como un planeta de agua. Antes que él otros no se cansaron de concederle loas de admiración, elogios tremendistas. Algunos, muy pocos, se refirieron a los desmanes de sus crecientes y de sus mermas. Desde que esa arteria inconmensurable existe ambos fenómenos ocurren anualmente. Y cada año, entre nosotros, la creciente o la merma se convierten en un verdadero problema. En el presente, el estiaje viene ocasionando una serie de inconvenientes. Las naves ya no pueden llegar a los puertos de siempre, los pasajeros tienen que desembarcar lejos de su destino habitual, los productos que vienen del campo demoran en arribar a los centros de abasto, entre tantas otras calamidades.

Es decir, es como si la merma ocurriera por primera vez en la historia de ese Mar Dulce como llamó Vicente Yáñez  Pinzón al Amazonas. Pero sucede simplemente que estiaje hay todos los años. Y cada año, como un manual congelado en el tiempo, como la repetición de un disco malogrado,  ocurren las mismas cosas, las mismas desesperaciones, las mismas quejas, las mismas pérdidas.  Ribereños desde antes, orilleros para siempre,  fluviales hasta la muerte, acuáticos en todos los momentos de nuestras vidas terrenales,  nada podemos hacer contra las crecientes y las mermas.

¿Cómo es posible que siendo moradores de tantas aguas no se puedan tomar las medidas preventivas para evitar que la anunciada y repetida estación de la merma cauce tantos dolores de cabeza?  Nos hemos resignado a padecer,  con las mandíbulas apretadas, un fenómeno natural. Pero se puede cambiar esa historia de descuido, de falta de iniciativa. ¿No se podría, por ejemplo,  abrir, inaugurar, un puerto alternativo para que la navegación continué mientras dura el estiaje?