Las pataletas extraviadas

El bolchevique Lenin solía decir que un político derrotado tenía derecho a pronunciar tonterías y estupideces. Durante diez minutos. Entre nosotros, el tiempo puede prolongarse más de la cuenta. Eso lo sabemos ante lo que han dicho y vienen diciendo tantos para explicar la reciente tacha a la candidatura de don Jorge Mera Ramírez. El derecho a patalear, a protestar, a inventar, sin embargo, no puede ser una disculpa para evitar el tema de fondo. ¿Por qué se quedó fuera de las presentes elecciones el aludido político local? No por una maldad de nadie, ni por una manipulación de última hora de parte de algún opositor temeroso.

La explicación se puede resumir en que ese gallo no canta ni siquiera en su propio corral. Porque el señor Mera  violó su propia legalidad, aplastó sus propios dispositivos que regulaban en el papel la vida partidaria. No cumplió con lo que estipulada su reglamento interno, lo que decía su estatuto y, en su ansía de sumar partidarios, incorporó a sus filas a cualquier persona y hasta a tránsfugas, esos migrantes que van de agrupación en agrupación con el objetivo de ganarse algo. Así de simple, así de sencillo. Lo increíble del caso es que los tachados no quieren admitir sus propios errores. Echan la culpa a otros, a seres extraños con poderes brutales.

En realidad, ese comportamiento revela una inmadurez sin salvación.  No aceptar la cruda verdad, inventar argumentos para explicar un hecho, revela una soberbia infantil, una falta de capacidad de admitir las culpas y los errores. El infierno son los demás, se repiten los partidarios del gallo sin considerar que ellos mismos cavaron su propia tumba. Así las cosas, las protestas, las declaraciones altisonantes, las actitudes bulliciosas, son sólo pataletas extraviadas.