La bofetada del mandatario

El actual presidente del Perú, pese a su verbo florido, su perfecta dicción, sus aires democráticos, los libros que ha publicado, puede ser un hombre violento, bufalesco, con vehemencia de fuerza de choque, con conducta de guardaespalda. La violenta patada de antes, hecho que ocurrió en una marcha de protesta, indigno suceso que nadie todavía olvida, no fue entonces una reacción casual, una explosión inesperada. Porque ahora mismo acaba de lanzar una furibunda y bien dirigida bofetada a un ciudadano que le gritó que era corrupto. Es absurdo que tan alto dignatario, que representa a la Nación incaica, ande en asuntos de pugilato, en desvíos de golpes, como cualquier hijo de vecino.

El arte de gobernar, en cualquier parte del mundo, está sujeto a todo tipo de reacciones, de críticas, de injurias. Y el estadista,  que se supone es todo presidente, no puede perderse en reacciones primarias, en explosiones hepáticas, en agresiones físicas. Si el señor García se sintió ofendido por la agresión verbal del ciudadano bien pudo recurrir al campo de la ley.  Y no tomar la justicia en sus propios puños como un partidario del ajusticiamiento del otro. En vez de andar metiendo patadas y bofetadas, como peleador callejero, el señor García debería emplear toda su  energía en sus tareas gubernamentales. 

Porque ya se va, ya el tiempo se le acaba. Y tiene tantas cosas que hacer que no puede perder el tiempo en pugilatos. Esas furibundas patadas, esas bofetadas sonoras, esos golpes directos e indirectos, debería dirigirlas hacia otra parte, al plexo solar de la pobreza peruana, por ejemplo. O hacia el alma perdida de los tantos corruptos que nadie castiga. O contra los ineptos que desbordan el mapa nacional. En fin, contra todo lo que no sirve en este país.