Las patrullas perdidas

En el rubro de la navegación fluvial andamos siempre mal. Ayer nomás, antes del arribo de los celebres barcos que originaron la fundación oficial de Iquitos, las canoas estatales entraron en el suburbio de la ruina.  Nunca se puso el astillero en la desembocadura del Ucayali con el Marañón. Tantas naves naufragaron sin pena ni gloria en varias  aguas verdes. Hoy, al censo conocido de desastres diarios como el pésimo servicio de locomoción fluvial, la piratería acuática, los contrabandos variados, los pésimos puertos, se suma la inoperancia de unas patrullas perdidas.

Las mismas fueron donadas a la policía en una concurrida ceremonia donde estuvo el ministro Antonio Brack. Después de los discursos, los aplausos, los brindis, todo quedó en nada, como tantas cosas entre nosotros. Las  aludidas unidades no fueron para hacer de adornos porteños, sino para  participar, activa y gallardamente, en la vigilancia de las diferentes rutas fluviales. Se suponía entonces que muchas deficiencias y peligros iban a poner los pies en polvorosa. Pero hete aquí que dichas patrullas brillan por su ausencia. No salen dispuestas a enderezar desvíos y a solucionar entuertos. Vegetan en la inoperancia de la falta de iniciativa para operar, para cumplir con su destino manifiesto.

En vez de salir raudamente por los ríos de la hoya selvática, paran  acoderadas, inactivas, como perdidas en un naufragio letal. Algunas se han malogrado tempranamente y no hay dinero para repararlas. Como siempre en nuestra historia navegante donde casi todo fue naufragio, ha regresado el desastre. El caos sigue abundando en los ríos.  Es posible entonces decir que esas patrullas ya no cumplirán con su labor.  Se perderán en algún momento y pasaran a formar parte del censo de las frustraciones acuáticas.