La violencia en casa

En antiguo atentado,  Caín asesinó a Abel y se inauguró una larga tradición del delito en casa, de la violencia  en el ámbito familiar. La primera herida sigue abierta como una herencia nefasta. La sociedad peruana de hoy todavía no se emancipa de ese lastre y cada vez es más inquietante la presencia de esa distorsión o negación de la vida compartida. La familia en general, tal y como fue concebida, tal y como le conocemos, anda en crisis en cualquier parte del mundo. Pero la degradación de la violencia diaria surge en colectividades con serias deficiencias históricas que ni sus gobernantes ni sus gobernados supieron resolver. 

Los amazónicos pasamos como divertidos, pacíficos, francos e incapaces de matar ni las moscas circundantes. Pero las actuales cifras echan por la borda esa fama. Somos tan agresivos, tan violentos como tantos peruanos de ese  país traumático que todavía no resuelve sus hondos desencuentros. Los números son irrefutables. El año pasado se registraron 482 casos de ira y de furia.  Hoy el avance es preocupante. En lo que va de este año ya hay 77 casos de inevitable desborde irracional de la agresión verbal y física. Pero lo más dramático es la inclusión de otros miembros de la familia en el escenario violentista.  

Nadie podría creer que hasta ahora hay casos de violencia familiar en personas que van de cero a 15 años. Es decir, las iras y los enconos en ciertas casas acaban de incorporar a otros a actores. Como si la vida de todos los días hubiera sufrido un grave deterioro, como si las familias hubieran perdido un bastión importante. Así las cosas,  urge ahora hacer algo en serio para evitar que esa violencia siga extendiéndose,  siga desvirtuando las posibilidades de un futuro mejor para todos nosotros, los pobres mortales.