Ciudad entre inservibles

Entre los forasteros que pasaron por estos lares de verdores y dengues letales, nadie más encarnizado enemigo de los zancudos que el milanés Antonio Raimondi. En su encono justificado, en su rabia comprensible, escribió una obstinada diatriba contra esos monstruos succionadores de sangre, esos abundantes dráculas del monte. En su afán de huir no sólo de las letales picaduras, sino del insistente ruido que hacían alrededor de sus sabios oídos, diseñó una jaula blindada con telas que ocupaba el centro de la cama. Estamos seguros que ese adversario tenaz de los zancudos se sentiría traicionado al ver tanta basura acumulada en tantas partes luego de la cívica jornada del feriado no laborable.

Porque el trotamundos de la floresta pensaría que la campaña del recojo de inservibles fue hecho a la topa tolondra, al azar del entusiasmo, a lo que saliera. Pensaría que no asomó la elemental planificación en las autoridades o funcionarios que tenían a su cargo ese rubro. Entonces la sospecha de que la cacareada lucha contra el dengue hemorrágico tiene grietas y fisuras se le aparecería al instante. Si en algo tan primario, como es recoger la basura acumulada en las esquinas, los iquiteños fracasan cómo sería la guerra frontal contra el temible zancudo que él  tanto detestó.

La acosada ciudad de Iquitos amaneció ayer jueves rodeada de inservibles, de trastos, de desperdicios. Desde el aire se diría que estábamos ante una urbe sitiada por tanto cerro de basura acumulada. Desde el riesgo del dengue hemorrágico, se podría decir el peligro de morir persiste. Y no sólo son esos inservibles no recogidos, sino las casas no fumigadas todavía, la poca eficacia del veneno. No queremos imaginar la diatriba que ahora escribiría el sabio italiano. No contra los zancudos, desde luego.