Inventario  descarnado

En el inventario de desastres de este año 2010 que parte sin regreso destaca, con feroz contundencia, con dramática acusación, la presencia cada vez más abundante de ciudadanos que escarban entre la basura acumulada en las esquinas, las calles. Desde lejos o desde cerca, esa incursión entre los desperdicios urbanos, ese asalto a los deshechos del día, parece una invasión incontrolada de hambrientos, un asalto delirante de perdidos, en una ciudad pretenciosamente alegre, divertida, festiva. Es la primera vez que ese acontecimiento indigno de la raza humana, de cualquier civilización, injuria a la ciudad. En el fondo de esa nueva indigencia, de ese descenso a los suburbios de la degradación final, esos seres expresan mejor que cualquier tratado las falacias del progreso pregonado en foros, en periódicos obsecuentes, en ardorosos discursos de los que mandan.

Los pordioseros de los desperdicios callejeros indican que el habitual balance anual de los logros o los desaciertos, es un anacronismo, una impostura y hasta un ejercicio de pedantería que pretende ocultar la dolorosa realidad. La cruda verdad de todos estos días. Entonces estamos más allá de la costumbre de designar lo bueno y lo malo. Hemos arribado a la pavorosa región de la pobreza descarnada, brutal, que antes sólo conocíamos por referencias ajenas o por propia experiencia. La deshumanización no iba a llegar a estos predios. Pero ya está entre nosotros. Nos guste o no. Nos hagamos los sordos o no, los ciegos o no.

El 2010 se aleja para nunca más volver y en el inventario real de la ciudad quedan los mendigos de la basura diaria como la expresión de un fracaso colectivo. Hemos fallado como sociedad. ¿Dónde quedaron entonces los millones que se invirtieron  para combatir la pobreza, la indigencia? ¿Qué realmente han hecho los políticos en cuyos discursos resalta el compromiso de acabar con la pobreza? ¿Cómo un lugar con vastos recursos naturales, con infinitas posibilidades de progreso, con iniciativas interesantes, descendió hasta ese extremo de miseria? ¿Qué se hará este 2011 para acabar con el triste espectáculo cotidiano de los invaden la basura metropolitana.  

El novelista del tormentoso sur norteamericano, William Faulkner, en su discurso por la concesión del Premio Nobel de Literatura dijo que se negaba a admitir el exterminio del hombre. Más que una frase conmovedora esas palabras eran un aullido en  la noche del mundo. En las tinieblas de nuestro mundo verde y ecológico, nosotros también nos negamos a admitir el fin del hombre y la mujer. Esa utopía oscura estará más cerca que nunca si es que este 2011 aumenta la legión de nuevos pordioseros. Ese será el mayor riesgo que enfrentará el año que viene. El 2011 aparece así como un desafío colectivo, un año decisivo en nuestra pequeña historia provinciana. De todos depende que esa degradación de la pobreza local no se incremente y contamine a más moradores de estas tierras todavía espléndidas.