El infanticidio antes de la votación

En el vasto gremio de la política nuestra no escasea lo infantil, la niñería. Dejarse tocar las partes íntimas sin decir nada y sin denunciar el evidente acoso, extraviarse en asuntos de drogas y de estupefacientes como si la campaña fuera un fumódromo, pertenecer a otra nacionalidad y postular a la presidencia peruana, migrar a otra tienda y arremeter contra el antiguo amo y otras perlas, son evidencias de la inmadurez de los  pocos años, de la época de la teta o del babero cuando el mundo parece otra cosa. La falta de adultez de las candidaturas en general se deja sentir en la falta de alguna  mención a los niños peruanos que trabajan.

En este universo boscoso, donde trabajar parece un castigo habiendo tantas farras y farándulas, tantas bombas licoreras, tantos hechos carnavalescos, vamos bien de acuerdo a la ruta del cangrejo. Porque la experiencia laboral de los niños se ha incrementado en un 30%.  Dramático. Pavoroso. Inhumano. Los infantes ocupan espacios en las madereras, en las tiendas y en las calles. Y nadie hace nada para revertir ese crimen de lesa humanidad. Es un infanticidio, sin velorio y sin entierro,  que esos niños, que pueden ser nuestros hijos, ahijados, sobrinos, entenados, trabajan renunciando a la niñez, a la fábula de fuentes.

El infanticidio, el asesinato de la niñez de nuestros niños, no ha entrado a la agenda de los candidatos, de los políticos cuajados o primerizos. Pese a que ellos y ellas, con frecuencia digna de mejor causa, lanzan berridos, hacen pataletas, patalean por cualquier cosa, se muestran inmaduros, fomentan caprichos, no se han acordado de esos seres indefensos que para sobrevivir tienen que trabajar  en cualquier cosa. Si fueran parlamentarios ganarían sin trabajar. Pero no lo son. Se podría fundar un Congreso alterno con todos ellos. Pero eso es imposible considerando los intereses en juego. ¿Quién entonces hará algo por esos niños peruanos del Perú?