Tanto de España y en Perú están en una fase de la configuración de un nuevo gobierno, claro con sus matices. En el caso español confieso con cierto patetismo en las negociaciones y con una falta de responsabilidad para sanear un Estado que se pudre de corrupción y de la plaga de corruptos que está enquistada en el poder con la anuencia de la ciudadanía que los ha votado. Estos días en Lima la política y los políticos entran en tromba en lo cotidiano, muchas veces sin pedirte permiso. No hay tregua. Hasta un anodino día domingo se hacen entrevistas, muy superficiales para mi gusto, a los protagonistas de estos días. Sin embargo, los viejos demonios y sañudas caras vuelven a aparecer cuando pensaba yo, con cierta ingenuidad, que era un ciclo cerrado o fin de ciclo de ese fujimorismo achorado como la que representa Luz Salgado con sus huestes e invitados. De sola mirar ese rostro de doblez se me vienen los aciagos momentos de los noventa cuando fuimos gobernados por ellos con interpretaciones antojadizas de las normas, confusión y corrupción. Es la larga y oscura sombra del fujimorismo más duro. La gobernabilidad en Perú será una prueba de fuego. En el caso español da pudor observar al partido Ciudadanos, de derechas aunque ellos y ellas digan que son el partido de la centralidad y la gobernabilidad, ha ido contradiciéndose en sus opiniones aunque para cierta prensa eso le parece poco, muy poco o en todo caso es un mal menor. En todo esto se nota la escasa cultura de negociación política de los partidos políticos españoles. Se piensa que negociar es arrimarse al partido ganador. Qué momento para triste. Gana el desencanto y la desafección por la política por un sector de la ciudanía muy complaciente e indulgente ante la corrupción.