En los últimos días de la semana que terminó me ha tocado entrevistar a cinco jóvenes bien metidos a la política. Y que harían un enorme aporte a la sociedad si es que se meten más. Dos de ellos se autodenominan de izquierda y están en el partido que lidera Alberto Moreno. Otros dos aseguran ser militantes apristas y a través del colectivo informal “Pan con Libertad” ya han organizado por lo menos dos actividades con el propósito que la gente se capacite en temas políticos. La tercera, quizás la más entusiasta y libérrima, es una profesora que realiza su trabajo docente en el distrito de Fernando Lores. Todos ellos, desde diversos ángulos, quieren trabajar por el bien de la sociedad bajo una fuerte capacitación política.

En la entrevista que concedió César Hildebrandt a “La República” el último domingo ante la pregunta si considera que la generación a la que pertenece está perdida, afirma que “sí, lo está”. Aunque, señala, que “si lees a Nelson Manrique y escuchas a gente como él, te da la sensación de que todavía hay mensajes fuertes en esa generación, pero, a nivel colectivo, no tengo dudas de que la gran oportunidad se perdió y de que las limitaciones fueron mucho más grandes que los talentos”. Coincidiendo con esa posición quizás un poco pesimista no queda otra que confiar en los jóvenes para que puedan al menos intentar la realización de proyectos que nuestra generación no tuvo el coraje de emprender.

Para ello, esos jóvenes tienen que prepararse no sólo en la profesión que han elegido sino en la teoría política necesaria para que cualquier dirigente piense en la sociedad antes que en el beneficio propio. Y, recordando a Ernesto Ché Guevara, ahora que el periodista Hugo Coya ha publicado un trabajo extraordinario sobre su vida y obra, hay que señalar a esos jóvenes que “la revolución no es una manzana que cae cuando está podrida, la tienes que hacer caer”. Para hacerla caer hay que prepararse y cuando se da la hora no terminar podridos como los frutos que mantienen los que, a decir de Hildebrandt, pertenecemos a una generación perdida.

En los últimos días y semanas he visto con cierta pena y desesperanza cómo los profesionales que dirigen las diversas instituciones -no hablo de los que ocupan cargos por favores políticos, porque ellos en verdad ya ni siquiera pena provocan con su genuflexión y mediocridad y que están básicamente en el ente regional que ya debería por lo menos tener un bosquejo de plan de desarrollo- tienen las mismas limitaciones y temores de sus predecesores, cuando no los mismos conflictos de intereses. No habrá renovación de nuestra clase dirigente –no me refiero únicamente a los que ocupan cargos por elección universal, sino a los que han sido elegidos por sus colegas para mejorar la condición gremial y mejorar la imagen de los asociados ante la sociedad- si es que los profesionales se mantienen en esa posición de comparsa.