El descepe del caucho en la floresta tiene una larga sombra que todavía vivimos sus funestas consecuencias. Seguimos acunando una clase política desnortada que como muestra están las desastrosas gestiones en el ámbito regional y municipal desde hace varios años en la región; una toma de posición sobre los recursos naturales donde prevalece hegemónicamente la extracción como medida suprema; una literatura y otras artes que se ha quedado en pergeñar un cosificado costumbrismo estéril; una sociedad civil que vive aletargada por los problemas que tienen que enfrentar el día a día – crisis económica, desempleo y un largo etc. Es decir, estamos turbados todavía por lo sucedido en ese rincón de Perú que era el Putumayo. Es una de las líneas de base imaginarias a tener en cuenta. La turbación no nos ha permitido tener un proyecto claro sobre este lado de la floresta. Lo único claro que hay es una apuesta desde afuera, con alianzas locales, para que esta región sea un espacio para la experimentación con proyectos descomunales que afectan al entorno natural y los recursos naturales. Se parte del epítome que como es tierra baldía allí podemos crear quimeras (supay) barnizadas con desarrollo y progreso que al final nos pasan factura sin devolución, ¿pero qué es lo que queremos?, ¿estamos hipotecando nuestro futuro o ya está hipotecado de acuerdo con el mapa de lotización existente sobre los recursos naturales? Desde la clase política, la clase económica y la sociedad civil no nos hemos puesto de acuerdo en puntos mínimos sobre qué es lo que queremos sobre la Amazonía, ese es uno de los grandes escollos. Estos escollos vienen desde esa línea imaginaria que nos ha dejado el caucho.

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