El hecho de focalizar lo que sucedió con la explotación cauchera en el Putumayo en un asunto indígena ha nublado los otros temas concernientes a la explotación de los recursos naturales. No digo que ignoremos al asunto indígena si no que debemos ensanchar lo que ocurrió con el caucho; añadir que lo sucedido con los integrantes de pueblos indígenas es un asunto de dignidad humana y no se debe cerrar los ojos. Un asunto claro de esta distopía es por ejemplo el agudo o profundo centralismo que adolece Perú – parece que cada día se consolida más. Los problemas del centralismo como problema lo podemos observar a lo largo del período cauchero. La distancia más la burocracia contribuyó que de ninguneara a lo que pasaba en las estancias caucheras de propiedad de Julio César Arana. Los parches se buscaban en Lima, como se hace hasta ahora (en la legislatura pasada había un congresista que actuaba como tramitador de pedidos ante el poder ejecutivo). El centralismo ese endémico mal peruano (que se profundizó con Fujimori y desde entonces se ha hecho poco en los últimos tiempos) arrastra también otros serios problemas. Desde el ámbito político del centralismo, me refiero a lo que ocurre en la palestra del marjal, tenemos que los partidos políticos que tienen hegemonía en la floresta, por lo general, son partidos políticos de Lima y provincias. No existe partido político que impulse ideas fuerza desde la selva hacia Lima y otros lugares de Perú. Vivimos en lamiéndonos en nuestro soliloquio. Ensimismados y en un profundo solipsismo. Los partidos políticos regionalistas que han surgido en esta parte del palustre han repetido refritos en sus consignas e idearios, con poca originalidad, es decir, nada nuevo bajo el sol. Es un mal al que debemos combatir pero que lo sucedido en el descepe del caucho lo ha anulado por sus intereses.

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