Un apacible señor de ochenta y muchos años, líder político, abuelo tierno que reparte carantoñas con sus nietos y nietas, se hizo un autobombo de gran negociador, con ojeras muy hinchadas y mandón (a su mujer le exuda racismo y xenofobia) a través de una carta pública ensayaba un mea culpa y dice que recibió una herencia de treinta y dos millones de euros, y no lo declaró de acuerdo con las normas de tributación. Se calló más de treinta años esta pequeña fortuna ¿?, según él de una herencia. Goza o gozaba de privilegios como despacho, secretarias entre otros ornamentos y sinecuras que les da el poder como coche oficial y buenos sueldos. Además tiene una fundación donde se da monsergas de ética pública y tiene la misión noble, de “rescatar su pensamiento político”. Este abuelo con rostro cínico [en peruano, con buena concha] sigue haciendo su vida normal (se le ve suelto de huesos) mientras que sus votantes están sufriendo recortes en los presupuestos en sanidad y educación, y los juicios de desahucios y desalojo pende sobre sus cabezas. Están con el miedo en el cuerpo.

Un sacerdote muy abnegado con los “invisibles” del mundo (hay que incluir en el rubro de los invisibles a los escritores y escritoras de la floresta también) trabajaba a brazo partido en uno de los hospitales en Monrovia, Liberia donde el Ébola, esa bacteria mortal, está matando a seres humanos. Una labor loable y de gran solidaridad. Un día le detectan que tiene el virus y comienza a tener los primeros síntomas de la infección. Así que su gobierno, en este caso, el español, decide traerlo a casa. Decisión en medio de muertes y caos en ese país africano. Claro, ha causado más de un disgusto y que no está exenta, la decisión, de sudor racista. S me cuenta que en Ruanda donde trabajó repatriaban sólo a personal extranjero cuando ocurrieron las matanzas, y se daba el caso que matrimonios mixtos, si uno de los cónyuges era nativo no podía ser repatriado. Se rescata a una persona por ser extranjera y el resto que se muera.

Estos son los casos con los que debemos enfrentarnos cada día en este mundo donde la moral vigente es cruel porque separa y discrimina en contra de una ética de la compasión que postula estar junto de quien lo necesita.

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