El invierno ha aflojado un poco por la entrada de un anticiclón en la península. El buen clima hace cambiar el humor de la gente, el gruñido hispano, tan endémico, cambia unos grados que nos hace pensar que han sido tocados por los ángeles aunque sea de manera provisional. Las temperaturas son saludables, puedes ir en manga corta y una chompa, y bacán. Las terrazas se llenan de gente para beber y conversar, a la tertulia [aquí se toma para hablar, en nuestros países para emborracharnos y olvidar, decía Octavio Paz]. Los telediarios te dan la matraca con el buen clima y los reporteros y reporteras entrevistan a cualquier personaje ansioso que quiere su minuto de gloria y sueltan cualquier patochada, ni les cuento las preguntas que son las mismas de todos los años, renovarse es morir para ellos y vuelven a repetir el guión. Es una monotonía preocupante que nos vuelve idiotas. Por eso decidimos movernos unos metros. A una hora de Madrid, en autobús, en la frontera de Castilla León y Madrid está San Rafael [Los Ángeles de San Rafael para ser más exactos] y fuimos a pasar el fin de semana. La última vez que estuvimos hacía un frío de muerte. Salías casi congelado, lo pensabas dos veces para salir se casa. La lectura de Amoz Oz “Una historia de amor y oscuridad”, fue un buen refugio al paisaje helado y desangelado. Gran historia para leer. En muchos de los pasajes narraba la diáspora, el exilio, de los itinerarios de nunca terminar que se parece a mucho a la vida de los que vivimos en esas comarcas de las aguas dulces y salobres del destierro voluntario. El viento sonaba como en las películas de vaqueros que veía cuando era niño. El bosque a menos de cien metros se bamboleaba con el aire helado. Confieso que no es mi intención pintar el paisaje como un despistado neorrural, me provoca arcadas y no reniego de ser urbanita, es sólo un guiño a la tranquilidad que no encontramos en la urbe de cara al paisaje más silvestre.

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