Ha sido Fernando Nájar Freyre quien ha motivado mi nostalgia, luego de colocar un post: “Dialogando sobre política, menos de deporte, con el ex “diablo” Jaime Vásquez Valcárcel”. Refiriéndose al diálogo que sostuvimos el miércoles en la noche sobre política y políticos. “Diablo” o “diablito” ha sido uno de los apodos –llamados también sobrenombres- de mi infancia. He tenido otros referidos a frutas regionales y, también, a la gastronomía, siempre loretana. Pero de todos, fíjense, me quedo con eso de “diablito” que, hasta ahora motiva remembranzas de amigos y de los otros.

Y, desde niño, estuve ligado al deporte y a la política. Dos actividades que –deberían motivar coincidencias, pues desde el origen ésa fue la intención pero con el tiempo han provocado todo lo contrario. Si no observen lo que se dice en nombre de estas dos actividades. Pero, curiosamente, tanto el deporte como la política me han cogido intermitentemente para afirmar amistades y comprobar la condición humana.

Hace un par de domingos caí de sorpresa en un reencuentro de exalumnos agustinos en Lima y tuve la oportunidad de compartir breves y lindos momentos con Marlon Salazar, el popular “Cabesha”, que fue uno de los mejores mediocampistas que paseó su juego por el “Valentín Herencia”, “San Agustín”, “Padre Valles”, “Coliseo Juan Pinasco Villanueva” y tantos escenarios donde “Los seis diablos” convocaba multitudes. En esa misma reunión compartí momentos con Luis Saavedra, el popular “Papelito”, mediocampista del seleccionado del Colegio San Agustín en los años 1982 y 1983, que fueron los mejores para el colegio, futbolísticamente hablando.

Esos años del torneo “Pelota de trapo” esperaba con ansias enero hasta marzo. Estamos hablando de los últimos años de la década del 70 del siglo pasado. Cuatro décadas atrás. Dándole a la pelota en el día y la noche y vagabundeando por los alrededores del barrio. El primer año que participamos nadie nos tomaba en cuenta y no entramos ni a la rueda de consuelo. El siguiendo llegamos a la final y con esa campaña llegaron los insultos en los programas deportivos del mediodía. Las invenciones venían de todos lados. Prendido en la radio hasta que la pila lo permitía escuchaba los adjetivos más insólitos contra mi pequeña humanidad. Mi padre, delegado y uno de los creadores del equipo –que solventaba con propinas uno que otro programa deportivo se inmutaba muchas veces- me miraba y alentaba mi orgullo expresando algo trillado pero veraz: es el precio de la fama. Si no estaríamos primer lugar nadie hablaría de nosotros, el año pasado nadie nos hacía caso.

Al posar –la foto aparece en esta misma página- con Marlon Salazar y Luis Saavedra he recordado esos años maravillosos y forjadores de los diablitos –de todos los jugadores seré el único que mantengo ese apodo- y las habilidades que teníamos que mostrar dentro y fuera del campo. Con Cabesha soportamos los insultos de quienes estando en la tribuna vociferaban y se escondían en la multitud. Para ello, nuestros padres nos incentivaban a responder con lo mejor que hacíamos: jugar fulbito y meter goles. Cabesha hacía las jugadas más maravillosas que los pies puedan producir con una pelota para meter los goles que las estadísticas colocaban como míos pero en realidad pertenecían también a él. Jugar contra el público es lo mejor porque el triunfo se valora más. Se vive mejor. Con Papelito soportamos las vociferaciones de escolares que no pertenecían al colegio rival pero deseaban que el Colegio San Agustín pierda. Lanzaban objetos, gritaban sandeces referidas a la sexualidad de los alumnos agustinos y hasta nos seguían por las calles con escupitajos. Por recomendación de JJ y el “negro” Sánchez” sólo había una forma de responder: con goles. Y la oncena agustina hacía goles. Con menos continuidad que “Los seis diablos”, pero hacíamos goles.

Como es público y notorio –no sé si notable- por la profesión que escogí y el oficio que elegí tanto el deporte y la política han continuado en mi vida. Apasionado por la vocación y convencido que estar metido en medios es para que te metan en todo tipo de barbaridades –muchas de ellas financiadas y aplaudidas por la autoridad de turno o aspirantes a serlas- la charla con Fernando Nájar y su posterior post me ha llenado de nostalgia y reafirmación de que el periodismo fue lo mejor que me pudo pasar como modo de vida y que esos años con personas como Cabesha y Papelito han sido maravillosos y el preludio de los años siguientes que me permiten compartir estas letras con ustedes.