[Escrito por: Gerald Rodríguez. N].

En uno de las tantas de Jorgito del Castillo, en los años que fue Premier del quijotesco segundo gobierno de Don Alan García Pérez, en uno de sus alentados resultados progresivos, tomado en cuenta sus falaces herramientas de medidas macroeconómicas, había logrado entender que el Perú estaba viviendo un crecimiento súper económico porque ese año (2010) se había consumido en el Perú más cerveza que los años anteriores. Por supuesto que la información era verídica pero la lógica con la comparación económica, el ingreso per cápita, la canasta familiar o la elevación de las remuneraciones no tenían nada que ver con el consumo de cerveza y el crecimiento económico. Aunque parecía increíble, el crecimiento de la pobreza no se podía medir ni como con el consumo de chelas y de juergas prolongadas.

Pero, si el Perú es un país todavía extremo pobre en un 58%, según los últimos resultados estadísticos del INEI, presentado hace unos días (mayo 2014), y el consumo de cerveza volvió ocupar el 2013 el primer lugar según una encuesta de una universidad limeña sobre estudio de consumo (universidad Particular de Lima- facultada de Administración y Marketing), se puede determinar de esta manera el gran complejo de vivir del pasado. Pero este exceso de consumo licoresco no se le puede atribuir una comparación burda con el desarrollo económico sino con la psicología milenaria del peruano, el de a pie y el de hambre, el que sin pensar dos veces ve en el licor el mejor camino para esconder su realidad y sacar a pasear su miseria.

El Perú chupa y chupa harto, los chicheritos hacen plata con el sufrimiento del peruano en cada concierto que dan, la preferencia por la juerga y el consumo de licor crece como crece la violencia en el país, las altas tasas de deserción escolar y las familias disfuncionales. El peruano chupa cada vez que pierde, y si gana también chupa. El peruano juerguea cada vez que esta aburrido, y si no lo está también lo hace. El peruano busca esconder su atmosfera contaminada en la cual vive y sale de eso, así no tenga que comer al día siguiente, la gran mayoría no mide las consecuencias del endeudamiento posterior a la juerga. La realidad peruana, los síndromes de violencia e inseguridad pesa en el alma del peruano; los engañados y engañadas, la nostalgia de la infancia miserable y el surgimiento personal que hizo dar un paso al costado a la pobreza del peruano ‘triunfador’ se contagia entre todos los que vivieron lo mismo, y que ven en la juerga su mejor momento para celebrar el triunfo, ese triunfo personal de haber salido de la miseria gracia a las emigraciones a la ciudad y el trabajo de remuneraciones bajas pero que da siquiera para vivir y chupar. El peruano de las mayorías esconde su remordimiento de pobreza y vive su momento, el momento de la juerga. Amanece y es otro día, el peruano se levanta a seguir adelante pensando en su pasado, su pobreza y los días de hambre. Va a trabajar y llegará el fin de semana, se irá a chupar y el círculo vicioso se alimentará de eso: de su pasado que lo condena y al que quiere someterlo a su cueva, solo y únicamente por medio de la chupa y la juerga.