Por: Moisés Panduro Coral

En nuestra región, existen muchos mitos que se han ido repitiendo de generación en generación y que se han constituido en grandes obstáculos para alcanzar el desarrollo en nuestra región. Los niños los escucharon de sus padres, de sus maestros, los repitieron con sus amigos, y en la medida que han ido creciendo, han ido alimentando y consolidando en su cerebro y en su alma dogmas mitológicos que han sido poderosas barreras contra la construcción del tan anhelado desarrollo regional, entendido éste como el proceso dirigido a lograr un territorio donde la pobreza se acabe, las oportunidades se multipliquen, la justicia social no sea una frase, la actitud sea ganadora y la felicidad sea palpable por donde se mire.

Por otro lado, en nuestra región han habido -y siguen habiendo- “luchadores”, politiqueros y demagogos que, por lo general, tuvieron amplia cabida en los medios de comunicación, que cumplieron el penoso autoencargo de difundir intensamente esos mitos, de repetirlos sin más y sin darse el trabajo de reflexionar respecto de lo que decían y, así, la cosa fue poniéndose más oscura, más lejana, más amarga para el derecho al progreso de las generaciones venideras. Sin embargo, para mi satisfacción (disculpen que hable en primera persona, lo cual no desmerece el esfuerzo pedagógico que otros pueden haber realizado), debo afirmar que poco a poco, algunos de esos mitos contra los que hemos venido peleando por décadas, están cediendo en la conciencia colectiva regional.

En 1991, cuando empecé a cuestionar las exoneraciones tributarias, proponiendo su reemplazo por un nuevo régimen tributario para Loreto, parecía un bicho raro, un tipo al que había que lincharle, un imprudente muchacho metiéndose con el tema tabú de los amazónicos, pues de las exoneraciones tributarias estaba prohibido hablar, a no ser para extenderlas en el tiempo o para opinar favorablemente. Años después, chocamos con los reintegros tributarios, nos enfrentamos a paros regionales mediante los que se exigían su ampliación, y perdimos la batalla porque finalmente continuaron. Mientras la mayoría absoluta afirmaba que las exoneraciones y el reintegro tributario eran el bálsamo para el aislamiento regional, yo opinaba que eran una perniciosa forma de enriquecimiento para unos cuantos y de subyugamiento de la capacidad emprendedora del pueblo loretano. Ahora veo que técnicos destacados, dirigentes y hasta colegios profesionales lo están poniendo en debate,  ha dejado de ser ya un dogma.

Igualmente, el impulso a la construcción de carreteras como, por ejemplo, las de Iquitos-Saramiriza-ramal Gueppí e Iquitos-Bellavista-Mazán-San Salvador-El Estrecho, fue visto, en su momento, como un atrevimiento descarado frente a la sacralizada palabra de ambientalistas virginales y políticos desinformados que decían y coreaban que las carreteras traerían desgracias ambientales para el bosque amazónico, desconociendo adrede las nuevas tecnologías y materiales de construcción, las buenas prácticas ambientales (carreteras verdes, ecológicas o sustentables), y volteando la mirada frente a la urgencia de articular el territorio regional y de crear mercados subregionales donde la economía, la competitividad y el desarrollo humano se entrelacen mutuamente. Hoy, escucho a varios aceptar dichos proyectos; ya no te responden aquello de que “para qué queremos carreteras, si las carreteras son nuestros ríos”, ya no dicen que “los bosques se van a acabar” o que “ahí están los intereses de las transnacionales, de los brasileños”, el “faenón de los apristas”, entre otros lugares comunes que se machacaron como “argumentos”.

Hay otros mitos más que tenemos que ir desterrando: el mito de inviabilidad ambiental de los proyectos Corina y Marañón, el mito de la incuestionabilidad de algunas demandas provenientes de organizaciones indígenas, el mito del centralismo como causante del abandono regional, etc. Seguiremos predicando y predicando; en algún momento, estos mitos, para bien de todos, serán desterrados definitivamente.