El país en el que vivo es de emociones muy fuertes y contradictorias. Hay que ajustarse el cinturón de seguridad del asiento cada minuto. Recuerdo que hace unos meses, en una tarde de verano, fui a ver a un Nobel de Literatura que abogaba por el no al maltrato animal y para ello leyó un persuasivo relato. Quedé en shock y valoré mucho su sensibilidad hacia los animales. Hace unos días otro Nobel de Literatura que anda muy encamotado, el amor nos hace ridículos decía alguien, está muy activo en hacer conocer a su novia los secretos de las corridas de toros y como palafrenero de este evento, públicamente, ha defendido sin ninguna vergüenza este ritual del maltrato animal (se le conoce la cabezonería por sus causas). Es más, sonríe de oreja a oreja si le conceden la muerte de un toro. Así nos movemos en el día a día entre esas emociones. Unos folios más adelante del diario se puede leer que se concedía la nacionalidad a un torero peruano vía excepcional (es decir, rápida), la justificación de la nacionalidad era que este bípedo implume encarna los valores de este país con los toros. Pienso que este país enarbola como seña rancia de identidad a la fiesta de los toros, ¿será la modernidad que tanto se pregona?, lanzando así al retrete toda la valiosísima tradición cultural que hay de por medio: la literatura, el teatro, la pintura, la filosofía, el cine entre otros quehaceres culturales. A veces pienso que esta defensa de los toros es el último salvavidas del macho ibérico que cabalga solitario, y con mala leche, en todo el territorio de esta península. Así aliquebrado por estos sentimientos encontrados con los que convivo estos días en mi sofá azul, recordaba que un exministro del Interior había condecorado a una virgen – pareciera que viviéramos lo real maravilloso de la villa Macondo. Se supone que las condecoraciones son a personas mortales para resaltar su buena conducta ante la sociedad, que muestran ejemplaridad por sus actos. Pero no. Con estas condecoraciones a las vírgenes pareciera que vivimos en un país animista de vírgenes y santones. Por favor, un vaso de gazpacho para que se me pase este mal trago.

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