Hace poco leía en una entrevista a una lingüista donde señalaba que no hay un español (castellano) estándar. Cada lugar forja una seña particular al lenguaje y son válidos (no se excluyen), se me vienen a la memoria las palabras shambo, tipishca, camu- camu de grata y sonora onomatopeya tropical. Fofó me dice machaconamente, y con una pisca de irritación y broma, que llevo varios años en esta parte de la península y mi lenguaje sigue siendo peruano, sigo llamando lentes en lugar de gafas por ejemplo. Una amiga nuestra en un viaje cuando fuimos a visitarla a las arenas del Sahara me comentó la lectura de una de mis novelas y me decía que le costaba leer por el uso de peruanismos que se usa a lo largo del libro (recuerdo que un lector amazónico y remilgado, cierta vez, comentó que el uso del castellano de la novela era el peninsular y mi amiga, en dirección contraria, en África sostiene lo contrario). Mi hipótesis es que el castellano de ambos lados del océano es válido y hay usarlo, cuando el contexto requiera, empleando creativamente las apoyaturas, como hacía Juan Rulfo, para entendernos. Bajo este epítome, resaltar que el uso de Roberto Bolaño de americanismos (chilenismos, peruanismo, argentinismos, mexicanismos entre otros) y del habla coloquial peninsular era de lo más loable. Un ejemplo del amplio margen oceánico del castellano lo tenemos con el título de la crónica, y las tres palabras que significan lo mismo. Si pido un curichi o marciano en la Puerta de Sol en Madrid, obviamente, no me van a entender. Si me entenderían en Iquitos pero no en Lima. Igual pasaría si pido un marciano en Chamberí se quedarían mirándome como si fuera un tonto (un huevón a la redonda en peruano). O si pido un flash en las orillas del Nanay, me mirarían diciéndome estúpido. Hay un arsenal prodigioso de palabras que hay que aprovecharlas. Y los tres pueden aprovecharse conjuntamente o por separado con el uso de la panoplia rulfiana. En ese trasvase de palabras del trópico con los de la península, por ejemplo, Fofó sabe muchos loretanismos que aderezan su habla peninsular, se llena de onomatopeyas que provoca más de una risa en mi hermana escuchándola que apela a los loretanismos sin complejos. El castellano se ensancha en un gran río como el Amazonas. Es que las fronteras de hoy se corren a nuevos linderos. Visitando el museo de James Joyce en Dublín en uno de los panales sobre la vida y escritura de este escritor irlandés, se mostraba el esfuerzo de este escritor irlandés de trasladar al papel el habla coloquial de Dublín. Es la tensión que viven los scrittori y scrittrici entre el mundo de afuera y el escritorio. Pero es un mundo, el de la palabra, un campo de lucha y de gran dinamismo.

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