Es increíble que en un antro como el nuestro, donde reina el festejo desbordado por nada, el exceso comestible y bebestible por tal o cual aniversario, la celebración de lo banal y mediocre pero hasta las últimas consecuencias, nadie haya hecho nada, aunque sea la lectura de alguna obra mala, para celebrar El Día Mundial del Libro. Todos los años, el 23 de abril, en cualquier rincón de esta tierra, se conmemora un justo homenaje a uno de los más grandes y mejores inventos del ingenio humano. El libro entonces, en otras partes, es convertido en el centro de la atención, en el personaje de la semana, del mes. Entonces se recuerdan las ilustres biografías del Cisne de Avón y del Manco de Lepanto. Además, se celebran conversatorios, se editan libros, se entregan premios, en el marco de una verdadera parranda cultural.

Entre nosotros, seres degradados por lo iletrado, seres que cargamos el lamentable último lugar en comprensión de lectura, el libro queda al margen del calendario de concurridas celebraciones. No tiene fecha marcada en el abundante mar de festejos, de aniversarios, de onomásticos, de cumpleaños. Preferimos otras pompas, otras francachelas. Más burdas, más brutas.  Como consecuencia de esa vocación jaranera superficial, de ese perpetuo divertimiento equívoco, no hemos permitido que el libro se convierta en un objeto necesario e importante en la vida diaria.  Desde luego, no estamos condenados, por obra de una brutal divinidad,  a seguir en  la cola  en ese rubro.  La celebración del libro debe incorporarse a las actividades de esta sociedad. Y no debe abarcar un día al año. Debe incluir los 365 días. No es un deseo delirante.

Los serios muchachos de las Naciones Unidas tienen un programa oficial para implantar la lectura en toda la tierra. En algunas partes, Lima por ejemplo, hay colectivos que se encargan de llevar el libro a sectores tradicionalmente marginados de ese invento. Es posible entonces crear, fundar, un patronato para ejecutar una amplia cruzada para que el libro no siga ocupando los estantes olvidados, las gavetas cerradas, para que se convierta en una poderosa herramienta del saber, del conocimiento.  No vemos otra manera de salir de esa desgracia. Si no hacemos nada radical hoy en lo referente al libro, seguiremos siendo una sociedad iletrada, celebrando naderías y en el último lugar en comprensión de lectura.