Un oficio o profesión que navega en el nihilismo, en la nada, que sobrevive de la afirmación de hoy y en la negación de mañana, de las valoraciones temerarias y negligentes e interesadas, de la loa huera y facilona es la de los periodistas deportivos [en esa comarca podrían entrar los periodistas políticos, aquí son muy domeñados y con la cerviz inclinada ante el poder), al menos en la península. En esos despachos gana la desmesura, y como no, la desmemoria también. Casi van de la mano, se estrechan con afecto. Al alabar a una estrella me olvido de sus errores humanos. Si quieren endiosar a un jugador o equipo, llámenlos. Ellos alquilan la pluma a quien entona la música. Un cronista o plumífero de éstos que vive redactando panegíricos y mal olientes denuestos hace unos días ensalzaba al entrenador del Barcelona, lo ponía por los cielos, amén de la buena adaptación y del encargo como un club como el que entrena entre otros soniquetes ya conocidos. El ditirambo era empalagoso que pintaba de cuerpo entero al periodista y daba vergüenza ajena (lo mismo sucede en los loores a escritores/ras, actores y actrices parece ser una mala práctica que viene de muy atrás en este oficio). Cuando los leo me entra la desconfianza, más cuando estos cumplidos no vienen a cuento. Ante las primeras derrotas del equipo el mismo miserable que lo levantaba en hombros ahora lo sepulta, pide que lo destituyan. Que no ha sabido adaptarse, que el encargo ha sido muy grande entre otras estupideces; cuando estuvo Bielsa por estas tierras lo comparaban con Kant pero del fútbol, que atrevimiento, el pobre era un genio perdido que apenas se escuchaba, no Kant si no Bielsa. Mi hipótesis, que sirve para ilustrar la crónica, es que Martino jamás pensó que era así ese avispero. Te caen mordiscos de piraña cuando menos esperas. Sí con el tiempo regresáramos a esas crónicas escritas nos daremos cuenta que no sirvieron para nada, y eso que apelan a la historia.

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