En  la afamada Villa Olímpica, lugar habilitado con 250 módulos para albergar a víctimas de la creciente, hubo ayer una fiesta de rompe y raja. En la misma estuvieron las principales autoridades, moviendo el esqueleto y disfrutando de los apetecibles licores. La parranda fue con motivo de la entrega de los flamantes títulos de propiedad de ese lugar a los damnificados de la inundación que un buen día, cuando ya venía la vaciante, dijeron a los cuatro vientos que ya no querían salir de allí, que preferían quedarse a vivir para siempre en esos módulos que eran más cómodos que sus casas ubicados en la zona baja de Belén.

Las autoridades de entonces pensaron que se trataba de una broma y no hicieron nada sobre el particular, pero cuando fueron a decirles que abandonaran ese recinto porque ya se había ido la creciente fueron recibidos con silbidos, groserías y bombardeo de pescados malogrados. En vano las autoridades les quisieron mostrar el Acta de Compromiso donde con sus mismas firmas ellos y ellas se comprometieron a dejar la Villa Olímpica al término de la inundación. Las 250 familias estaban dispuestas a todo para que no les sacaran de ese lugar. Ellos y ellas sabían lo que tenían que hacer y realizaron la correspondiente bulla con marchas, manifestaciones callejeras, tomas de locales, simulacros de inmolación en la intemperie.

Cuando las autoridades intentaron desalojarles, con el concurso de la fuerza pública y algunos matones contratados,  se llevaron un chasco. Los albergados habían construido un subterráneo en la villa y allí se refugiaron a la hora de la verdad. Luego aparecieron los juicios por abuso y otras perlas,  hasta que esas autoridades se cansaron y entregaron oficialmente la villa a los albergados. En el ambiente flota la promesa de que nunca más apoyarán a nadie durante las crecientes venideras.