Continuidad de un plan

El aparatoso Antanus Markus, burgomaestre de Bogotá, inventó en  nuestro continente el freno a la borrachera, el control de las bebidas espirituosas. El éxito de la medida hizo que en otras partes se imitara ese episodio. El llamado Plan Zanahoria ancló entre nosotros, los de la cerveza puntual a cada rato, de la botella por cualquier motivo, de la libación hasta por las derrotas peloteras. El plan, como no podía ser de otra manera, suscitó reclamos y protestas entre los que se sentían afectados en sus intereses. Pero también permitió que buena parte de la ciudad dejara de ser un inmenso bar hasta las últimas consecuencias. Una sensación de orden en empinar el codo o en alcanzar la pesadilla de los diablos azules, surgió en las noches.

El hecho de beber en exceso y hasta a cualquier hora y en público atraviesa la historia de la ciudad. La embriaguez es todavía un recurso de los candidatos o de las autoridades en funciones. Célebres beodos de cantinas o bailongos siempre nos rodean. Licor y urbe son aliados y prójimos, pero beber en exceso siempre es dañino. El plan aludido buscaba solo disminuir los ímpetus del seco y volteado. No perseguía suprimir la seducción de las botellas, pero hubo un momento, hace poco, que surgió el rumor de que la actual gestión edil de Maynas iba a acabar con el Plan Zanahoria.

Los rumores en los bares eran más intensos, como no podía ser de otra manera. Afortunadamente, esos rumores eran falsos. De lo que en realidad se trata es de mejorar ese plan, de hacer que sea más eficaz, de convertirle en algo esencial para una mejor imagen de una ciudad con una fama equívoca, donde destaca el eterno amor por la parranda y su infaltable licor. Desde luego, los iquiteños, somos más que ese difundido prestigio.

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