En un entretenido caos de dimes y diretes, un cruce de versiones encontradas y un duelo verbal que no quería terminar, se extraviaron hace poco dos conocidos personajes de nuestra ciudad. Uno de los integrantes de la Policía Nacional y el señor Juan Carlos Gálvez Mondragón no pararían hasta ahora, esgrimiendo sus irreductibles puntos de vista. Es decir, se mantendrían siempre en sus trece. El motivo de tan encarnizado duelo era la apabullante presencia del vicio en un sector de esta ciudad. En la comunidad de San Juan, la venta de droga es persistente, insistente, visible. Los lugares del mal negocio son conocidos y la venta prohibida se hace a la vista y paciencia de tantos, a la luz del día, a la sombra de la noche pecadora. Pese a todo lo que se ha hecho hasta ahora -operativos, batidas, detenciones- el negocio prosigue floreciente en el delito.

El vicio como negocio es tan antiguo como esta ciudad. El contrabando de aguardiente de plátano fue uno de los primeros dolos en Iquitos y estuvo dirigido por las máximas autoridades de ese entonces: el respetable señor cura y el también respetable señor gobernador. Pero la erradicación o la detención de ambos capos y la posterior destrucción del alambique manual, fue una medida eficaz de las fuerzas del orden de ese entonces. No hubo tiempo para polémicas, litigios, discutidoras ponencias. Hoy las cosas han cambiado. No se erradica el delito y se habla demasiado. ¿No será que el locuaz policía y el también locuaz dirigente de ese distrito se pusieron así, tan encarnizados en sus posiciones, porque no saben realmente cómo acabar con el expandido delito de la venta de droga en San Juan?

El hecho de que poco después de la intervención policial, los puestos de venta de droga vuelvan a funcionar como si no hubiera pasado nada, revela que estamos ante un problema de mayor calado donde la represión uniformada es sólo una parte de la solución. El asunto es tan grave, con su secuela de víctimas irrecuperables y de extraviados en ese mundo perdido, que no se puede dejar la erradicación del vicio en manos de alguna institución y de alguna persona por muy honestas e inspiradas que sean. Se trata de formar un colectivo o un consorcio cívico que aproveche la dinámica de las organizaciones populares de la zona y que sume otras voluntades para que esos antros de venta no sigan funcionando como si hubieran comprado eternamente el don de la impunidad en el vicio.