Creo que he llegado a la plenitud de mi existencia. Tal vez, en unos años más, las canas que ahora se pueden contar en mi cada vez menos abundante cabellera, después se vuelvan incontables; o quizás los surcos dibujados en mi frente que en este momento son leves como las cárcavas que draga la lluvia, en próximo tiempo se tornen más pronunciados con esa profundidad que el almanaque trae. Sin embargo, hay algo en mí que contraría las leyes naturales de la vida, y es que cuánto más evidencias hay de que los años pasan, los recuerdos los palpo más frescos,  los tengo más cercanos, como si recién los estuviera viviendo.

Alguien me dijo que eso se debe a la intensidad con que viví los hechos, a la claridad de los escenarios que pude perfilar y a la energía que puse para afrontar cada realidad, ya sea para cambiarla o para potenciar su dinámica. Y es que, de algún modo, los seres humanos contextuamos nuestros actos vitales. Nosotros mismos les otorgamos un grado de prelación en nuestra memoria. Jerarquizamos nuestros recuerdos, les categorizamos, les asociamos, les cubrimos, les destapamos, les revolvemos; retocamos cada experiencia de colorido, de aroma, de nostalgia; sonreímos con ellos, nos entristecemos, nos motivamos.

Los recuerdos se cuentan por cientos, por miles, porque uno tiene la capacidad de recordar hasta sus sueños de infancia. En mi caso, dentro de todo ese patrimonio personalizado que todos tenemos, los recuerdos de cuando empecé a amar a mi Patria se cuentan entre los más influyentes. Mi primera poesía a la bandera tantas veces ensayada con mi maestra de segundo de primaria de nombre Florentina la recité con los pulmones llenos de fervor y la voz insuflada del discurso independista del general San Martín; era una mañana soleada, habían árboles de marañón lleno de frutos rojos bordeando el patio, en mi mano llevaba una banderita hecha por mi mamá con papel cometa rojo y blanco, tenía al frente del tabladillo al director, a los maestros y a mis compañeros aplaudiéndome a rabiar. ¡Qué hermosa y radiante se veía mi maestra luciendo un vestido de gala blanco con una rosa roja en el pecho izquierdo, zapatos cerrados de color rojo y una ancha vincha en la cabeza en forma de cinta bicolor!

De vuelta a casa, en la modesta mesa, la conversación de mis padres era sobre la poesía recitada por su hijo mayor. La maestra había venido antes a hablar con ellos, el día de mi presentación debía estar con los zapatos lustrados, el uniforme impecable y con filo, el cabello recortado, bien peinado, las uñas limpias, debía llevar un pañuelo blanco en mi bolsillo.  No se trataba de cualquier fiesta, ésta era la fiesta de la Patria y debíamos estar formales y elegantes.

Unos días atrás, los muchachos nos arremolinamos alrededor de cuatro personajes que se habían detenido en la esquina del barrio. Llegaron con bombo, clarinete, tambor y una bandera peruana en alto. El que portaba la bandera, y que parecía el jefe, hizo un ademán y los instrumentistas se detuvieron. Clavó en el suelo la bandera que venía sujeta a un mástil largo, le hizo un saludo marcial, sacó un papel del morralito que traía al hombro y con gran pompa leyó con voz alta el bando municipal. Todos los vecinos de esta jurisdicción deben participar de los actos patrióticos y cantar el Himno Nacional el día 28 de julio a las 12 del día, hora en que el himno patrio será difundido por Radio Tropical. Además deberán izar la bandera nacional en sus viviendas desde el día 25 de julio hasta el día 30 de julio en que terminan las Fiestas Patrias. El vecino que no acate esta última disposición será encerrado en el calabozo por 24 horas y pagará una multa de cinco soles de oro.

Nadie quería ver a su padre preso. Por eso es que los niños de antes fuimos exigentes con el cumplimiento de este acto patriótico en nuestro hogar, por eso es que las calles de nuestro pueblo lucían totalmente embanderadas y coloridas de rojo y blanco. Por eso es que el patriotismo era sentir el Perú como parte de nuestro ser, era vibrar de emoción en el desfile, era recordar a quienes nos legaron esta tierra y el amor por ella, era jurar por su grandeza, era realmente amar al Perú.