Cómo no ser feliz

ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel

Cómo no va ser felicidad que la mayor de tus hermanas –enterada que viajarás a Lima- llame para preguntarte qué prefieres comer: si un arroz con pollo como solo ella sabe prepararlo o un seco de cabrito, donde el cabrito es lo de menos por la sazón que le impregna a sus platos la siempre diligente Natividad. Cómo no va ser felicidad –mirándolo de la manera más libertaria posible- que algunos primos se empeñen en calumniar con el hallazgo de un cabrito en la familia cuando entre sus hijas se han formado las más refinadas putas que algún vientre de alquiler engendró. Cómo no va ser felicidad llegar a Madrid con Percy Vílchez y a los pocos minutos del aterrizaje el piloto informe que por esas cosas del aire el vuelo tuvo una hora menos y que en la ruta de vuelta una aeromoza nos pida casi implorando que aceptemos su propuesta: quedarnos dos días en la capital española con alimentación y hospedaje y, además, un pasaje Lima-Madrid-Lima para usarlo en los siguientes doce meses y, agarren esta flor, tanto Percy como este pechito le digamos entre confundidos y perplejos que no, rotundamente no porque nos espera un compromiso poético en Lima y ya basta de postergaciones. Es decir, le dijimos no a la suerte o, a la mala suerte, según el cristal con que se mire.

Cómo no va ser felicidad llegar a Lima desde Madrid sin un segundo de turbulencia, volar sobre el Atlántico por más de cinco horas y no sentir nada más que los gritos desesperantes de unos niños cuyas madres, más peruanas que nunca, padecen para pronunciar “cállate chavalillo”. Cómo no va ser felicidad ver en Lima al cantante de los cantantes, es decir Roberto Carlos del Brasil, interpretando sus mejores temas, aquellos que escuché por primera vez en el equipo estéreo roncocho que mi padre compró para oír a Pedro Vargas y Pedro Infante junto con Julio Iglesias y que yo raptaba para tararear los temas en portugués de un intérprete que más parecía un marihuanero de los mil demonios. Cómo no va ser felicidad encontrar en el centro de Madrid a más de un charapa que triunfa no solo en España sino en Canadá y otros lugares, cuyos nombres son Miguel Donayre, Enrique Filomeno, Luis Arévalo, Ricardo Power. Sí, triunfan, porque son felices con lo que hacen que, en mi modestísimo entender, es la mejor forma de encontrar la felicidad. Cómo no ser feliz si cuando el tablero indica que falta 31 minutos para aterrizar en Iquitos el piloto informa que daremos vuelta en círculo hasta que la nube que cubre el cielo loretano se despeje y luego de 40 minutos –que no es poca cosa- lleguemos a la tierra del Dios del amor y descienda como si nada hubiera pasado mirando las miradas preocupadas de mis acompañantes. Cómo no va ser felicidad soportar el jet lag –ente otras cosas- porque Nelson Mandela junto a Chema Salcedo han provocado en este articulista la extirpación del miedo a volar. El primero porque en su biografía maravillosa postula que todos sentimos miedo ante circunstancias adversas y que ése no es el problema sino saberlos controlar. El segundo porque en la sobremesa del Aris me sopló esta frase: periodista que tiene miedo de volar no es periodista. Y aquí me tienen, triqueando una ruta que demanda 24 horas en el aire.

Cómo no ser feliz si a pesar de lo cotidiano todavía guardo espacio para la repugnancia hacia aquellos que pontifican lo que no practican, sobre aquellos que viven por los siglos de los siglos tratando de ver la paja en el ojo ajeno y no observan la tremenda viga en el ojo. Cómo no acariciar la felicidad si ya vamos por los 19 años con este diario que me ha permitido poseer amigos de la talla de Jorge “Potrillo” Carrillo y de la calidad de Percy Vílchez Vela, quien ha sido la comprobación bryceana que nada mejor para conocer a los amigos que viajar con ellos. Cómo no ser feliz, en suma, si mi madre ni bien llego a su casa puede descongelar lo que sea para agradar al menor de sus hijos que lo único que desea es hacerla feliz por el resto de sus días. Cómo no abrazar la felicidad si llego a casa y encuentro un trío que me abraza y abrasa. Cómo no ser feliz si hay personas que me escriben las palabras más bonitas que el castellano pueda y todavía tenga espacio para estremecerme y enternecerme. Cómo, acabo con esto por el momento, si me lleno de nostalgia con Mónica a mi costado al ver la actuación de Arjona en Viña del Mar el 2010 y que la magia del Blue Righ personaliza hasta el extremo. Todo esto y mucho más es la felicidad para este pechito y eso que no les cuento sobre las lecturas de los últimos días que son, perdonen, perdonen, un completo orgasmo en fa mayor.