La creciente del año 2015 fue la más  grande, la más  terrible y la más devastadora  de toda la historia mundial de la fronda. En un principio se pensó que las aguas iban a subir algo o bastante y que luego se retirarían a sus cauces habituales. Pero todo el mundo se equivocó. La ciudad de Iquitos, que siempre se había jactado de su ubicación elevada que no podían vencer las inundaciones, se vio sometido a las aguas del Itaya, del Manay, del lago Morona, del caño de la Ricardo Palma y del Amazonas.

En aquel tiempo las aguas subieron tanto que arribaran hasta el nivel de las nubes más altas. Todo se sumergió en esa creciente y la vida se volvió acuática, fluvial. Los hombres y mujeres tuvieron que acostumbrarse a esa nueva manera de vivir y adquirieron branquias artificiales para respirar normalmente. Era la creciente final que ignoraba la merma y el turismo se incrementó pues los visitantes llegaban en atestados sudmarinos que buscaban ejecutar la pesca deportiva. La vida sexual se hizo más estimulante, sobre todo con la mujer ajena que parecía una ninfa dentro del agua.

En esas condiciones de creciente definitiva, de agua por todos lados,  se tenía que hacer las elecciones cada 100 años. Los candidatos ya no podían invitar a comer pues los cafés, los sopones y los almuerzos no se podían servir debajo del agua. Las propuestas se vieron reducidas a enseñar a nadar, a vencer las muyunas y a viajar debajo del agua. Los electores votaban electrónicamente gracias a la tecnología del golondrinaje.  Dentro del agua fue posible el ansiado progreso y todo cambió para mejor, pues los del mundo del hampa ya no pudieron realizar sus hazañas. Lo único malo era la nostalgia que la gente sentía por el ruido callejero de antes.