Los ediles de Maynas, en forma decidida e intrépida, procedieron a derribar las humishas que habían quedado paradas luego de la celebración central del carnaval. Esas palmeras se habían quedado para ser derribadas en cualquier momento como una manera abusiva de prolongar la fiesta. En un principio, los ediles  pensaron que la labor iba a ser rápida, pero pronto se dieron cuenta que la tarea iba para largo pues había una gran cantidad de palmeras sembradas. Sembradas en tantos lugares de la ciudad, lo cual era un problema porque interrumpían el tránsito de peatones y de vehículos motorizados.

Lo más ingrato de la tarea era que los moradores que habían levantado esas palmeras se opusieron  a la limpieza. Provistos de palos y piedras, de baldes con agua y de tarros de pintura, agredían a los ediles que tuvieron que pedir ayuda a la policía para cumplir con su cometido. De manera que estalló una verdadera batalla entre los unos y los otros, entre los que vigilaban las palmeras y los que querían derribarlas. Cuando los ediles pensaban que faltaba poco para terminar con el asunto, se dieron cuenta de que unos energúmenos estaban sembrando otras palmeras. En efecto, como si  la parranda del soberano Momo no hubiera terminado ya, estos sujetos decidieron plantar sus humishas.

Era increíble lo que sucedía. Las palmeras aparecían de la noche a la mañana como brotes después de la lluvia. Los que las levantaban dejaban a muchas personas encargadas de montar una vigilancia violenta. Y los ediles tuvieron que formar cuadrillas armadas, pedir más refuerzos, para tumbar esas palmeras. La labor se volvió una jornada ardua y complicada. De esa manera, durante mucho tiempo, hubo en la ciudad de Iquitos un combate declarado entre los que sembraban palmeras y los que las derribaban. Todo ello después que había pasado la fiesta carnavalera. En su momento los historiadores nombraron a ese episodio como La batalla de la palmeras