En el poblado de Pucacaca don Fernando Meléndez se declaró hombre federal. Ello ocurrió antes de la segunda vuelta y antes incluso del debate presidencial entre ambos contendores que eran lo mismo. Allí mismo armó a sus efectivos con carabinas de Ambrosio y los mandó a combatir fieramente contra nadie. Es que el preferido yerno del prófugo Cirilo Torres Pinchi quería abandonar su discreta medianía, su mediocridad militante. En distintas lamentaciones se perdía cada cierta tiempo y cada cosa que hacía le parecía  lo máximo. Era insensato jugar la baraja del federalismo obsoleto, pero Meléndez jugó ese naipe y luego se arrodilló ante Ollanta Humala a quien colmó de alabanzas y elogios.

El gobierno que se zurró en la tapa y en la  supuesta rebeldía  del refractario pasado de moda y le dio partidas para invertir en el cebichito semanero, en el viajecito de placer. Y Fernando Meléndez metió el rabo entre las piernas y recién trató de pagar el sueldo que debía a sus servidores. Les debía tantos  meses que ya no se acordaba de la cuenta, mientras sus serviles cobraban una buena cantidad de dinero por no hacer nada. O por hacer mal las cosas, lo cual es lo mismo para este gran gobernante de la región Loreto. Por otra parte, el grande Meléndez quiere meter en chirona a todo aquel periodista que se le opone. Por el momento,  se contenta con mandarles vapulear con cualquiera de sus sicarios.

El estado federal nació, pues, muerto. Más muerto que vivo y los vivos que pretendieron aprovecharse de  la situación han quedado en una penosa posición. Pese a saber que son obsoletos quieren pescar algo. Pero la historia hace tiempo que les ha rebasado como rebasó  hace tiempo a las hordas senderistas. El cacique perdido, o sea Fernando Meléndez,  seguirá en el cargo hasta que se acabe su mandato. Una pena.