Juane
Juane

Nunca me creí esa leyenda que un Juane significaba la cabeza de San Juan entregada a su amigo el rey a quien le exigió la hija Salomé por un presunto desplante. ¿Qué tiene que ver un trozo de gallina regional jovencita envuelto en hoja de bijao y arroz de vaciante tropical amazónica, saborizada con el achiote orgánico y acompañada de su salsita de cocona?

Un juane en realidad representa más que un plato aparentemente simple. Ayer, mientras miraba los cientos de juanes de todo tamaño y con diferentes tonos amarillentos que pegaban en sus muros digitales todas las personas que conozco de la selva, me convencí que, más que el plato tradicional, es toda la parafernalia social lo que significa esta confección gastronómica. Una competencia familiar ilimitada.

Cuando uno observa desde otro ángulo y de manera objetiva la sencillez del Juane concluye que no es gran cosa. No es espectacular y no requiere mayor conocimiento de cocina. Pero el procedimiento, la preparación y el ambiente social que se genera para la celebración cada 24 de junio en la Amazonía es lo que lleva a concentrar esa dosis de parálisis generalizada y concentrada sólo para la presentación en familia del Juane.

Ni siquiera la navidad concentra esa solidaridad familiar en la selva. Y, es un condimento para confraternizar pues al que no prepara o esta sólo se le comparte como muestra de altruismo y bondad. No se mezquina, como dicen allá. Ese aire es el que retumba en mi memoria cuando se quiere asociar el 24 de junio con el día del campesino. Para mí es la Fiesta de San Juan. La chicha y el juane y esa humareda que se genera aún en una sociedad tan grande como la Iquiteña que se resiste a dejar esa tradición bucólica.

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