Vivir y surcar en río

Ayer en la mañana escuche a un primer ministro referirse al accidente en el río Amazonas, cerca de la localidad de Indiana como un mero trámite administrativo. Había asistido al estudio de RPP para hablar sobre el levantamiento del pueblo de Quillabamba oponiéndose a la construcción de unas tuberías y, como si fuera un jefe de personal inadvertido que firma el permiso para el refrigerio del último de la fila, anunció que ha dispuesto la ayuda para “el accidente en Santa Rosa”. Como siempre desubicado hasta nomás y preparando su artillería verbal contra los dirigentes quillabambinos, no se informó un poquito de lo que este accidente de la Motonave Camila representa para la idiosincrasia nacional, especialmente para la vida en los ríos amazónicos.

Minutos antes un Raúl Vargas un poco avispado y no tan sobrio como es su costumbre, refirió alguna experiencia en Yurimaguas y dijo que “todos saben de la informalidad en las embarcaciones de la Amazonía y como los de Capitanía se hace de la vista gorda porque “reciben bien y miran para otro lado. (las embarcaciones) presentan sus papelitos (zarpe) y después de ahí es lo más informal que existe, alcanzó a levantar la voz como normalmente sucede cuando le habla al anónimo y no a una autoridad. Minutos después el comandante general de la Marina hablaba con unos papeles que recién le habían entregado a su despacho en Lima y buscaba entre líneas si había un extranjero y si los “procedimientos se habían cumplido”, medio dormido aún, sólo atinaba a caer en la sentencia vieja muy conocida. “Ud. sabe Don Raúl lo extensa que es la selva”, perdonándose una vez más la imposibilidad de controlar siquiera al personal de tropa que tenía en ese momento a su costado sirviéndole el primer café de la mañana.

Eso fue prácticamente todo lo nacional de la cobertura a excepción de los segundos acostumbrados de la Tv, como consecuencia de la muerte de dos personas que con mapas distorsionados y confundiendo nombres y datos trataban de decir algo que para cualquier lector o televidente se le hace más confuso aún saber si en realidad existió o no el accidente o si hablar de Indiana es hablar de una película o si Santa Rosa está a unas “cuantas millas” de Iquitos. Un chapo para desnudar una vez más lo alucinante que es el Perú cuando se habla de la región verde y más aún de sus accidentes.

La Marina no puede controlar ni siquiera el contrabando, y si lo controla, lo hace para su beneficio como ya se ha demostrado en procesos judiciales que aún deben estar en marcha. El narcotráfico campea en los ríos y las motonaves son verdaderos camarotes de insumos y productos para el narcotráfico, bien elaborados que una u otra oportunidad son descubiertos y siempre con el paquetero, con el que lleva la menudencia, con el micro, porque cuando se atrapa a pez gordo, casi siempre es porque intervino la fuerza de otro país como sucedió con Ardela y lo que actualmente ocurre en Cushillococha. La Policía puede ser contada con los dedos de una mano por provincia y los fiscales y jueces huyen despavoridos de estas zonas alejadas. Si la informalidad es materia común, las embarcaciones que además no podrían ser formales por incapacidad de ejecutarse las normas, hacen de las suyas.

Salen a la hora que quieren, cargan lo que más les conviene, paran en los lugares que mejor les parece, se recargan de combustible y licor en exceso porque es el recurso mejor contrabandeado  y con mayores ganancias y muchas de estas embarcaciones en realidad son fachadas de grandes lavaderos de capital que hacen fortuna de la noche a la mañana, es decir un mundo paralelo al formal que dispone de sus propias reglas que son las únicas que cuentan en el servicio acuático en la selva baja. Por eso todos hablan con desdén y como si fuera un trámite administrativo más que se muera la gente por el hundimiento de la “Camila” a quien seguramente no le sucederá nada y dentro de algunos meses en la misma chata metálica surcará otra vez y con más vigor el Amazonas, para hundirse otra vez.

Viajar y vivir en los ríos es alucinante, un deporte de aventura extrema donde lo único seguro es lo inseguro y donde lo mejor que le pasa a uno es conocer la lívido entre las hamacas y sus camarotes porque los amores de viajes en río son tan certeros como fantásticos, talvez por eso no se hace nada por cambiarlo para que no se pierda lo mágico – ttrágico que es vivir y surcar el río amazónico en el Perú.

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